Necesidad.

Llovía. O quizás no. Pero así lo sentía Mía. Sentía que la lluvia iba a inundar aquel refugio que habían construido con mentiras. Mentiras hacia los demás. Tabiques de mentiras. Fachada de mentiras. Pero dentro no. Dentro todo era distinto. Era otro punto distinto del universo. Estaban a otro nivel. Dentro reinaba la más pura sinceridad hallada. 

El día se despertó distinto. Mía abrió los ojos antes de que lo hiciera Lucas y corrió a mirar por la ventana. El cielo no presagiaba tormenta alguna, sólo lo hacía dentro de ella. Volvió a la cama y se acurrucó en el pecho de su Sandy, de su amor, de su trocito de cielo en mitad del mayor abismo infernal. Comenzó a besarle, delicadamente, como si el mundo se acabara lejos del calor de su cuerpo. Ella siempre era la observada mientras dormía, pero ese día no era un día cualquiera.
Sintió que todo lo que necesitaba estaba en torno a ella. Su única forma de supervivencia, ahora mismo, la rodeaba con los brazos. Sintió tan horrible vacío más allá de ese cuerpo que comenzó a emocionarse, primero lentamente y, después, como la horrible tormenta que la había despertado. Esa horrible sensación a derrumbe. 
Decidió apretarse a su cuerpo hasta que despertara con prisa para ir a trabajar. No quería nada más. Si en ese momento, algo en su cuerpo hubiera colapsado su organismo hasta el desfallecimiento, habría sido la muerte más feliz del mundo. Pero el destino nunca estuvo a favor de dicha felicidad. Nunca quiso que esta pareja hiciera historia. O que la hiciera de la forma que ellos querían. Ella siempre le decía a Lucas, en los momentos en que todo parecía que iba a volverse ceniza, que si perdían, solo ganaban. Ganaban más que nadie. Más que esas parejas que llevan toda la vida juntos y ya ni son capaces de estar solos. Que si perdían, sólo ganaban historias que contar. Porque eso eran ellos. Una historia sin edulcorar de la factoría Disney. Una historia original, cruel. Una historia que mejor no contar a nadie. O mejor gritar a los cuatro vientos. 

Lucas se despertó lentamente ante tal escena: su pequeña Sandy aferrada a él como si ya no quedara nada fuera, llorando tan delicadamente que ni la más maravillosa de las lluvias finas habría sabido imitar. Porque ni la naturaleza estaba a su altura. Ella era perfecta. Estaba por encima de todo lo perfecto que se conociera. Porque ella era Sandy, ella era viento. Ella era la que volaba. 

-¿Por qué lloras?- dijo apartando torpemente el cabello de la joven para poder observar su mirada compungida. 
-Porque Nacho (Vegas) tiene razón: "el universo es un lugar vacío y cruel cuando no hay nada mayor que su necesidad de él."- pero ella no separaba la nariz de su pecho. No quería que Lucas observara su rostro contrariado. 
-Déjame mirarte esos ojitos que tanto adoro. Déjame que te diga que no hay nada en el mundo que me importe ni una parte de lo que tú me importas. No me voy a ir, Mía. No hasta que no estés bien. No hasta que no necesites apretarme tanto. 
-No quiero separarme. No quiero. Porque no sé si cuando salgas por esa puerta vas a volver. Porque no sé si cuando salgas por esa puerta, el techo se va a derrumbar y no podré volver a abrazarte jamás. Porque no sé si un coche te pasará por encima y sólo quedará de ti un cuerpo frío y yermo en la calzada. Porque no sé qué haré si te cansas de mí y decides marcharte para siempre. Déjame formar parte de tu calor hasta que ya no lo quieras más.

Lucas no supo qué contestar a eso. Sólo supo emocionarse al mismo compás. Apretó con sus brazos el cuerpo de la joven y bajó la cabeza hasta rozar infinitamente con sus labios, su cabello. 

Sólo viento.

Perder a esa persona que pensabas que no iba a alejarse nunca, sucede por instantes.

Lo que primero suele suceder es que se acueste antes que tú. Y duerma.
No se queda leyendo, escuchando música o haciendo cualquier cosa, no. Duerme. Con la luz apagada y nada sobre las sábanas. Y cuando llegas a abrazarla y a decirle que es el momento que más esperabas del día, ella no se gira. Continúa durmiendo. Y ahí es cuando empiezas a notar como si estuvieras sobre una fina capa de hielo que empieza a desquebrajarse. Y no, no hay dónde apoyarse.
Pero por las mañanas siempre encuentras esa dulce sonrisa falsa. Porque aunque sea falsa, tú la vas a ver como la más cierta sonrisa del mundo. Porque no quieres que eso pase, quieres evitarlo. Y los seres humanos tendemos a pensar que si no lo vemos, es que no está sucediendo.

Ya nunca te arranca la mano de la palanca de cambios durante los viajes para notar tu calor, notar tu tacto. Ya no te devuelve las sonrisas. Ya nunca te abraza por la espalda mientras te das esa ducha que has necesitado durante todo el día. Y notas que esa ducha sin ella, no era todo lo que necesitabas. Ya nunca te interrumpe mientras haces cualquier cosa porque resulta que su canción del día, o en el libro que ahora lee, está la frase más bonita que hayas oído nunca.
De hecho, ya nada comparte contigo. Pasáis de una relación en bienes gananciales a una relación con separación de bienes.

Llegas a casa y siempre la misma escena: toma té y mira por la ventana, deseando ser sólo viento. Y cuando nota que eres tú el que abre la puerta, rápidamente se seca unas lagrimillas insolentes que se habían precipitado con demasiado contenido insoluble en agua salada. Y otra vez esa falsa y dulce sonrisa que comienza a romper la capa de hielo justo entre tus piernas. Y ahí sólo tienes un segundo para decidir hacia qué lado quieres ir. Si quieres dejarla libre como parece que necesita, o intentarlo con un nivel de compromiso mayor. Es una decisión en la que no puedes pensar mucho, tienes que hacerla al instante. ¿Hacia qué lado quieres ir?, ¿Hacia la derecha?, ¿Hacia la izquierda? Quizás sólo necesites caer y que tu cuerpo comience a congelarse lentamente, sintiendo cómo cada uno de tus nervios deja de transmitir sensaciones hasta el colapso. Hasta que tu actividad cerebral desaparezca junto con tu respiración. Y maldices mil veces el instinto de supervivencia animal.

Decides que es el momento perfecto para que ella sepa que quieres envejecer, que quieres engordar y que quieres tener minitús sólo con ella. Que quieres morir en sus brazos y que ella muera en los tuyos.


Y, queridos amigos, al final la capa de la derecha no era la más conveniente, y acabas muriendo congelado entre sus frías y crueles palabras de rechazo. Y lloras porque ella llora. Y lloras porque, probablemente, esa sea la última vez que la ves llorar. 

Quizás sea el momento de renunciar.

Mía ya no sangraba. Mía sentía que ya no le quedaba sangre en el cuerpo. Mía ya no sentía. Sólo un entumecedor vacío la llenaba. Aunque irónico, real. 

Había perdido a Sandy hacía ya un par de años. A Lucas se lo llevó su ausencia. A Lucas se lo llevó una cuerda en el cuello que no llegaba a asfixiarle ni la mitad que la pérdida de Mía y la del pequeño Lucas. 

Y ahora Mía volvía a estar sola. 

Ella miraba con dolor a Alejandro, que le arreglaba la habitación más vacía que ese dolor de sus ojos. Fumaba sin ganas y suspiraba con fuerza.

-Alejandro, ¿y si esto es una señal? ¿Y si el mundo se lleva a todas las personas que me amaban y a las que estaban a punto de nacer y, por lo tanto, a punto de amarme de forma innata por algo? ¿Y si el destino lo único que quiere decirme es que ya no hay sitio para mí en este mundo?

El humo del cigarrillo inundaba la habitación. Y Mía miraba con dolor a Alejandro mientras le dejaba un vaso de leche caliente sobre la mesilla.

-¿Y si fuera el momento de renunciar y rendirme? 

¿Sabes lo que es?

-¿Sabes por qué me fui de mi casa, Lucas? Siempre me has hecho esa pregunta y nunca te he contestado. ¿Sabes lo duro que es pasarte toda la vida comparada con tu hermana? ¿Que tu madre siempre te esté comparando con lo que hizo tu hermana a tu edad, con las notas que ella sacaba en tu curso, con la carrera que ella eligió, con la manera de afrontar la vida que ella tiene? ¿Sabes lo que es sentirte la idiota de la familia? ¿Sentirte que nunca vas a ser ni la mitad de inteligente que es ella, ni tus padres van a estar ni la mitad de orgullosos que están de ella? ¿Y que encima ellos se justifiquen diciendo que eso no es así, que ellos ya no tienen esa cercanía con ella, que ella se les ha escapado de sus manos y aún así a la mínima de cambio vuelvan a salirte con "pues tu hermana..."? ¿Sabes lo que se siente? ¿La mierda que puedes llegar a considerarte porque no tienes un pelo tan bonito como el suyo, porque tú no te pareces tanto a ellos, porque no estás ni la mitad de delgada que está ella, porque no eres tan guapa como ella? ¿Que el único piropo que te digan es que tienes unos ojos claros y que encima te los tapas con cristales? Es muy duro soportar esa presión. Es muy duro que ni tus propios padres sepan hacerte ver que te quieren, que vales la pena. Si sientes que ni ellos te quieren, ¿cómo te vas a querer tú? ¿cómo vas a dejar que los demás te quieran?
No puedes sentirte especial, porque tus padres te han hecho ver que no lo eres. Que tus padres sólo ven que piensas en estar con amigos todo el tiempo, en salir de tu casa a la mínima de cambio y que eso lo interpretan como que pasas de los estudios. Como que en tu vida no otorgas las prioridades correspondientes a las cosas que realmente importan. Sentir miedo de decirles algo que quieres hacer porque ellos no entienden que con esa edad, ya que tu hermana no lo hacía, quieras hacer cosas distintas. Es muy duro hacer algo que no está en su protocolo y sentir miedo a que te repriman. ¿Sabes lo que es estar en casa de tu abuela, pedirle algo de comer y pensar en lo que te dirá tu padre al salir de ahí, pensando que eres una impertinente? ¿Siempre sentirte mal al hacer las cosas que te apetece hacer? ¿Sabes lo que se siente cuando alguien te pregunta cómo eres delante de ellos y que tu madre conteste hablando de tu hermana? Son pequeñas tonterías que sueltas no te dicen nada y que juntas llegan a colapsarte. Me fui de mi casa porque mis niveles de ansiedad con diecisiete años eran insostenibles para mí, y la única solución que vi fue marcharme a una ciudad que, además, detesto. ¿Y sabes lo que es irte alegando la excusa de que en esa universidad tiene más fama la carrera? No, no lo sabes. Porque aunque veas a tus padres como monstruos, ellos siempre te han dado todo lo que has pedido. Porque siempre han visto tus lados buenos, tus atributos. No sólo tus defectos. ¿Sabes lo que es que una enfermera sea capaz de verte más virtudes en media hora de conversación que tu propia madre? Pues ya sabes por qué me fui, Lucas. Y ahora, con tu huida, estás volviendo a crear esa inseguridad que me llevó a marcharme. Porque ni siquiera el amor de mi vida me ha sobrepuesto a nadie. Porque el amor de mi vida se avergüenza de haberse enamorado de mí. Pero ahora vete. No quiero que te quedes compadeciéndote de mí, que para eso ya hay otros dos que llevan bordando el papel diecisiete años. 
Vete, por favor, y procura no volver nunca. 


El monstruo.

(Viernes, 21 de septiembre. 07:33)
Por fin. 
Por fin ya no estaba en esa ciudad de mil demonios. Esa ciudad de angustia y dolor. De amor, de desamor y de cicatrices abiertas. De fantasmas que no se iban. De fantasmas de hueso sin carne. De vivos muertos. De novios sin amor. De amores de odio.  De esperanza sin alas. De desesperanza de plomo.

El tren se detuvo y desperté. Desperté de un sueño del que ojalá no lo hubiera hecho nunca. Porque al despertar, todo sigue siendo igual. Porque nada había cambiado. Sólo que yo estaba más lejos. Busqué en el bolso la dirección que tenía apuntada para empezar a buscar un triste y desolado habitáculo donde refugiarme. Donde esconderme de la mirada decepcionada y dolida de Alejandro. Del desengaño y hastío de Lucas. De los sentimientos de culpa por dejar de querer. De los sentimientos de culpa por no dejar de querer. Donde esconderme de mi propio juicio. Donde empezar de cero. Donde nadie me conociera. Pero en el reverso de la dirección, una frase escrita por el desgarrado puño de Alejandro, imponía una condena devastadora por mi huida:

“El monstruo de tu armario era un espejo”.

Cada letra, cada sílaba y cada palabra se introdujeron por los poros de mi piel hasta encallar en mi pecho y, como un explosivo en una cristalería, arrasar con todo. Apoyé mi frente sobre la ventanilla y quise desaparecer. Disolverme. No haber despertado. (Reitero).  Mis ojos se tiñeron de color rojo intenso. Tan intenso que dolía. Me ardían las entrañas. Hasta una lágrima se atrevió a intentar surcar los cuarteos que a mi rostro le había hecho el dolor. Pero mi orgullo, fuerte y autoritario, se negó a dejar correr esa gota de mar. Echando una mirada rápida a mi nueva ciudad, mis ojos se quedaron fijos en los ojos de un hombre que me observaba. Con pinta de bohemio neoyorkino, con el pelo rizado y despeinado, con gafas de sol en una ciudad donde nunca salía el sol, fumado y bebiendo café. Le sonreí como pude mientras deliberaba acerca de por qué me miraba así. Su rostro me resultaba tan… ¿familiar? “No sé, imaginaciones mías”, supuse. Me miraba como un hermano mira a su hermana pequeña después de su primer fracaso amoroso. Me devolvió la sonrisa e hizo un gesto con la taza. Otra vez esa llamada. Tenía la necesidad de saber quién era. Tenía la necesidad de preguntarle el porqué de esa mirada. Tenía esa misma necesidad que tanto dolor le había traído. Esa necesidad que nunca le había provocado un solo arrepentimiento de sus actos. Porque lo bueno termina doliendo. Porque lo bueno dura instantes.

Cogió su maleta, su caja de chismes y salió rápidamente del tren para plantarse justo delante del bohemio.
-Pareceré una loca pero algo me ha dicho que tenía que hablar contigo.
-¿Eres nueva en la ciudad?
-Sí… Busco casa.
-Yo alquilo una habitación. Te la dejo si me cuentas de qué fantasmas huyes.
-¿Fantasmas? Aquí el único fantasma soy yo. El único monstruo, como alguien diría.- Volví a frenar otro atrevimiento lagrimal y continué: -¿Alguna vez has sentido claustrofobia dentro de ti?

-Si eres un monstruo, yo te dejo un armario. Me llamo Mateo, encantado. 

El encuentro III

(Anterior: http://palabrasdelimon.blogspot.com.es/2014/01/el-encuentro-ii.html)

Viernes, 21 de octubre. 03:00

Lo esperé en el marco de la puerta, aún sin quitarme la ropa del concierto. "Demasiado arreglada para la ocasión", como hubiera dicho R. No quiero ni pensar en él, me da escalofríos recordarlo. R es el motivo de irme de mi casa. El motivo de querer empezar de cero. R es el único capaz de hacer que quiera pegarme un tiro en el concierto de mi grupo favorito. R es el único capaz de amargarme la existencia aún diciendo quererme. Gracias que R desapareció esa misma noche. Lucas no sólo había aparecido en el momento oportuno, me había salvado de mi realidad. De mi demasiado real realidad. 

Pero no todo fue tan perfecto como yo lo imaginé, Lucas subió el último escalón con un sentimiento de culpa que asfixiaba a todo el edificio. A todo el complejo, mejor dicho. Y me miró a los ojos buscando la manera de escapar de su demasiado real realidad. Y creo que se juntaron las dos demasiado reales realidades y se hicieron un lío que terminaron uniéndonos a los dos entre el amor y la desdicha eterna. 

-Mía, esto no está bien.- Me dijo clavándome sus ojos verde esperanza en el alma. Esperanza era lo que necesitábamos...
-¿Cómo que no está bien?- Sonreí. Lucas dijo en una ocasión que esa sonrisa le dio fuerzas para continuar, pero yo sólo sonreí.
-Mía, probablemente, después de lo que te tengo que decir, me odies para siempre. Probablemente no quieras volver a hablarme nunca. Y probablemente querrás que nunca hubiera aparecido en tu vida. 
-No seas tan exagerado. Tampoco hemos hecho nada malo. Y lo único que podría molestarme es que aparecieras un viernes de madrugada en mi habitación teniendo a alguien esperándote en casa. Pero vamos, no creo que...- Y me callé. Porque sus ojos brillaron. Y no porque tuvieran que brillar, sino porque la luz que desprendían las bombillas del pasillo se reflejaba en el agua que había encharcado desde sus huesos hasta los míos.- Dime que no es verdad, Lucas...
-Lo siento, Mía. Entenderé cualquier reacción que tengas, porque yo tampoco entiendo qué hago aquí.
-De todas formas aquí no ha pasado nada.
-Exacto, no ha pasado nada externamente. Pero algo sí ha pasado. Y lo que ha pasado es que dentro de mí no quepo. Que yo me juré no volver a sentir nada por nadie. Y el alcohol me ha traicionado. El alcohol me ha traído hasta tu ventana. 
-Yo no sé si quiero volver a complicarme la vida, Lucas. No he conseguido dejar de pensar en lo de esta mañana en todo el día. Y sólo han pasado unas hora. Necesito aclararme. Demasiadas sensaciones en muy poco tiempo.  

Él se fue. Pero la asfixia seguía allí. Ahora ya no me rompía el alma su sentimiento de culpa. Me paraba el corazón que siempre todo lo bonito tuviera una parte tan horrible detrás. 
Me encerré, puse el reproductor y escuché en bucle durante tres veces "A la orilla de la chimenea" intentando quemarme entre sus brasas. 

Hecha para el invierno.

Jueves, 14 de abril. 23:04

Quizás Sandy estaba hecha para el invierno. O quizás el invierno estaba hecho para Sandy. La cosa es que algo raro pasaba con Sandy y el tiempo. Si Sandy estaba contenta, la lluvia era tan débil y delicada como su mirada. Si Sandy estaba enfadada, el viento podía arrancar los árboles de cuajo. Si a Sandy le dolía el alma, las nubes lloraban al ritmo que lo hacía Sandy. Pero nunca hacía sol. Desde que yo desaparecí de su vida, el tiempo en esta ciudad cambió de golpe. De hacer ese sol de invierno tan agradecido que parece que a todos nos encanta, a que el tiempo se volviera tormentoso día sí y día también.

Es cierto que aun estando con Sandy, cada vez que la veía la brisa de la proximidad del mar soplaba de tal forma que levantaba su falda y revolvía su pelo. Pero Sandy siempre sonreía. Y más cuando me veía bajar del coche. Aún recuerdo su sonrisa iluminando al Sol. Porque ya quisiera el Sol iluminar la mitad que la sonrisa de Mía.

Cuando empecé a conocer a Mía, en ese momento aún no era mi Sandy, me la encontré en el metro. Recuerdo como la observaba desde el fondo, evitando que ella me viera, pues estaba terriblemente avergonzado de las cosas que estaban sucediendo. Pero lo que yo quiero recalcar, son los pequeños detalles que ella tenía. Ella me contó, más tarde, lo que sucedió esa fría mañana de noviembre:

“¿Sabes una cosa que me gusta hacer, Lucas? Cuando voy subida en metro o tranvía y veo que alguien va escuchando alguna canción que a mí también me gusta, en silencio canto la canción moviendo los labios, para que la otra persona me mire. Y cuando pone cara extraña al verme musitando esa música tan rara, río para que se liberen tensiones y deje de ser un momento incómodo para que sea un momento más que agradable. Es complicado, pero siento que algunas veces la música me recomienda a personas.”

Yo de esa escena sólo presencié el momento en el que empezaron a reír y el tranvía se iluminó. No sé si en verdad alguna vez más lo ha practicado, pero sé seguro que le alegró la mañana a ese chico.

Y es que Mía era así. A Mía le gustaba hacer reír porque sí a los demás. Y digo era, porque gracias a mi aparición y desaparición estelar, esa alegría y ganas de vivir que Mía desprendía y regalaba con la mirada, parece que lo ha guardado en una caja fuerte con un cifrado imposible dentro de su alma.



Hace ya tres meses que en esta ciudad ya no sale el Sol.  

Lo último.

(Anterior: http://palabrasdelimon.blogspot.com.es/2013/10/el-lobo.html )

Miércoles, 26 de enero. 22:08

"El tabaco mata menos que tu ausencia", y me fumé el último cigarro del último paquete que compramos juntos, el último día que nos dimos el último beso, la última vez que nos miramos a las ojos y la última vez que se nos olvidó decirnos te quiero. 

El encuentro II


Llegué a mi habitación con ganas de caer sobre la cama y dejar lentamente de respirar con la almohada taponando la entrada de oxígeno en mi cuerpo. Eran cerca de las tres y la noche había sido lo suficientemente larga como para querer perderme en uno de esos paraísos perdidos sola. 

Sola.

Hacía tanto tiempo que no sabía lo que significaba esa palabra que mi piel se erizó al pensar en ella. 

Pero algo en el fondo de mi cabeza me gritaba que encendiera mi ordenador y comenzara a escribir el borrador de la crítica del concierto de hoy para mi blog. Y yo, como de costumbre, escuché antes a las vocecitas de mi cabeza que al propio raciocinio que me pedía de forma exasperante que me fuera ya a dormir. 
Y ahí estaba, un comentario en la crítica de Paris Je T'aime. ¿Casualidad? 
El corazón se me aceleró al ver la notificación y en mi cabeza una imagen había decidido instalarse. "El que vuela", recordé.
Alguien llamado Lucas había comentado mi publicación hacía apenas diez minutos. Hablaba de lo impecable de la redacción y del cariño con el que lo había escrito finalizando con un "¿puede ser que sea tu película favorita? Soy el torpe que no sabe llamar a la puerta." Me reí y decidí apresurarme a contestarle con un "Veo que además de torpe, usted sabe encontrar los dobles sentidos escondidos entre las palabras." 
Mientras evitaba morderme las uñas o parecer idiota con una sonrisa de oreja a oreja, decidí comprobar el correo. Y ahí también estaba él. Un mensaje directo para mí:

"Quizás te lo dicen mucho, pero además de ser amable y divertida con la gente que no conoces, pareces alguien muy interesante. Tal vez sea un error escribirte por aquí pero algo, como una vocecita en mi cabeza, me obligaba a buscarte y hablarte. Desprendes algo que no sabría definir con palabras. 
Pensarás que soy un loco y otro moscón más. Lo siento."

Y sin quitarme la maldita sonrisa que parecía haber llegado para quedarse, le contesté rápidamente:

"¿Otro moscón más? Creo que es el primer email que recibo a través del blog, no sé qué concepto tienes de un sitio donde escribo opiniones que no le importan a nadie sobre temas que le importan todavía a menos gente, pero no suelo recibir mensajes, no. 
Has descrito a la perfección algo que no tiene descripción. Pero yo ya te lo dije esta mañana, pareces el que vuela, no sé explicarme de otra forma.
Creo que desde que te "conozco" has dicho más veces "lo siento" que en todo el tiempo que llevo viviendo, no hace falta que te disculpes todo el tiempo por tu forma de pensar. O por lo menos, conmigo no." 

No pasó ni un minuto cuando recibí su siguiente mensaje:

"Apaga la luz que te van a comer los mosquitos."

Comencé a reír como hacía mucho tiempo que no lo hacía y recibí otro al instante:

"Si sigues riendo de esa forma, vas a despertar a tus compañeras."

Y sin pensarlo demasiado, contesté:

"Si quieres entrar, entra, pero si sigues espiándome me veré en la obligación de llamar a la policía. Creo que tengo un torpe, loco y acosador moscón que me persigue vía internet. Deberías llevar cuidado por si decide atacarte." 

Me asomé a la ventana y ahí estaba él, el que vuela, terminando de leer el mensaje y con la misma cara de idiota que yo tenía desde el primer comentario. 

Capítulo II

(Anterior: http://palabrasdelimon.blogspot.com.es/2014/01/capitulo-i.html)

Él... él se ha ido. Él se ha ido dejando una nota encima de la mesa.
Él se ha ido sin besos de despedida. Él se ha ido sin pañuelos blancos ondeando con el viento. Él se ha ido sin miradas llenas de angustia, sin suspiros que provocan tormentas. Se ha ido sin abrazos que saben a final, sin gritos de rabia contra la almohada. Él, simplemente, se ha ido. 

Y yo me encuentro mirando por la ventana mientras me enciendo el tercer cigarrillo de la mañana. Aún no he dejado de llorar desde que leí su nota. Nota que se me ha clavado como un puñal en el alma. Sigo mirando, esperando su vuelta dramática con las maletas en las manos y pidiéndome entre lágrimas que nos fuguemos juntos y lo dejemos todo atrás. Siempre he sido una ingenua. 
Quizás él nunca cumpla sus promesas, pero no me voy a sentar a esperar que lo haga. Quizás el hecho de que se haya ido sin más me da pistas de sus intenciones. Voy a cumplir la promesa que me hizo, porque esto no se puede acabar aquí. Me niego a creerlo. Voy a escribir nuestra historia. Y voy a escribir el final que quiero en ella, porque quizás, si yo creo lo que puede pasar, termine saltando a las líneas de la realidad. Y si me vuelvo loca escribiendo, me volveré loca por un amor que pudo ser y nunca fue. 

Pero empecemos por el principio, empecemos describiéndole. Empecemos describiendo a Sandy. 

Lucas. 22 años (hasta julio). Estudiante de periodismo. Natural de un pueblo de Alicante. Alto, moreno, con barba. Penetrantes ojos verdes. Sonrisa que ilumina.
A Lucas no esperes encontrarle en el metro. No esperes encontrarle en la calle. Pero, quizás, si me hubiera cruzado con él alguna vez en el metro, me habría parado a mirarle y a pensar si me gusta o no. Porque yo soy de esa clase de chicas que necesita pensar antes de sentir. Y luego, cuando empieza a sentir, se olvida de pensar. Me habría parado a observar esa mirada de mil fantasmas acosándole. Esa mirada de auxilio. Esa mirada que grita, a pesar de su forma pausada y paciente de hablar. Probablemente, nuestras miradas se habrían cruzado y me hubiera cazado observando sus ojos, y mira que yo soy poco de mirarlos, hay algunos que hipnotizan. Es muy posible que yo me sonrojara. Mucho. Y él empezara a reír sin hacer ruido. Y yo me habría reído igual. Y en la siguiente parada, entre el bullicio de gente, yo habría desaparecido y su mirada, visiblemente desahogada en apenas unos instantes, se hubiera vuelto de nuevo angustiada y pesarosa.
Lucas es esa clase de chicos que te gustan por su físico y te enamoran por su mente. Creo que no he conocido a alguien tan parecido a mí y a la vez tan distinto. Dicen que cuándo no sabes lo que sientes, lo que realmente estás sintiendo es el amor. Sinceramente, hasta conocerle a él, yo hubiera jurado mil y una vez que el amor sólo era una conspiración mercantil de las canciones y las películas acompañado de una reacción química, para que todos creamos en que existe algo, aunque seas ateo. 
Pero Lucas tiene ese efecto. Es capaz de hacerte pensar en cada una de las cosas que crees y reflexionar hasta encontrar un punto intermedio entre ambos. Un punto intermedio que resulta ser el punto perfecto, la visión más racional. 
Lucas no sólo ha cambiado mi forma de reflexionar, ha cambiado mi forma de ser. Me ha cambiado por completo. Si antes no creía en el amor, ahora soy la persona que más cree en él. Si antes no creía en el destino, ahora creo firmemente que tiene una gran historia reservada para nosotros, que ni el viento, ni el mar, ni siquiera Marla y su dinero, podrán tumbar. 
También quiero plasmar el amor de Lucas por la música. Es extraño encontrar alguien así, pero al igual que yo, Lucas es mejor expresándose con canciones (de Bruce, sobre todo) que con palabras. Lucas es esa persona que puede enamorarte explicándote el verdadero sentido de The Wall. O que puede pasarse un fin de semana, sin parar, viendo tantas películas que al final no sepa en qué realidad vive. 
Quizás se haya vuelto medio loco por todo esto, pero para mí, todos sus defectos son simples estrategias de  la vida para hacerle especial. Y sus virtudes le extrapolan a una dimensión que nadie conoce. Le hacen ser el que vuela. 

Y sin más dilación, creo que debería empezar a contar nuestra historia. Dedicada a ti, Lucas. A nuestro amor imposible, a nuestro amor invencible. A nosotros. Para que este amor dure para siempre. Para que este amor sea inmortal. 

Annie.

Lo peor de que tu chico sea abogado es que nunca sabes si los motivos para justificar su conducta son de parte del acusado o del acusador. Es decir, nunca sabes si está de parte de la víctima o del delincuente.  Puesto que él se representa a sí mismo contra la acusación, es decir, yo misma, vamos a aceptar que está de parte del delincuente.
Otra cosa no lo sé, pero a mentir les enseñan de puta madre en la carrera. Ah, y a perder la poca sensibilidad que puedan tener. Les enseñan a defender lo indefendible y a hacerte parecer a ti la loca paranoica que se inventa historias en su cabeza. Pero con la iglesia hemos topado: no pretendas tachar de loca a una psiquiatra, porque no cuela.

Y así podríamos resumir mi vida amorosa en los últimos diez años. Toda una gran variedad de mentirosos compulsivos con necesidad de que alguna tonta le calentara la cama por las noches.

Me llamo Annie y parece que he encontrado a la persona más maravillosa del mundo. No sé si es porque el karma me ha devuelto todas las que me debe o si es porque va a resultar ser un pervertido que le gusta tocarse viendo vídeos de comuniones. En cualquier caso, por ahora parece ser la mejor persona que he conocido nunca.
Lo que sé de él es que hace ya dos años que no está con nadie y que de la última relación, conserva una gran amistad con la chica. No sé si eso va a ser peor y un día me los encontraré desahogándose, como buenos amigos, debajo de mis sábanas. Viéndola por encima parece una chica que está rota por dentro, bastante inestable y que necesita conseguir un poco de estabilidad y confianza en sí misma. Está un poco loca, en el buen sentido. Se alegró muchísimo de que mi chico ahora tuviera una chica y me dijo entre sonrisas, por cierto, tiene una sonrisa que enamora, llena de dulzura e inocencia, que estaba con el mejor hombre del universo. Que si ella no lo tiene es porque considera que se merece a una chica mucho más estable, palabras suyas textuales (minipunto para mí).

Mi amor se empeñó en que nos conociéramos porque no quería que yo me enfadara cada vez que me dijera que había quedado con ella. Ella nos habló de lo bien que le va en esa ciudad nueva donde vive, no recuerdo el nombre y mira que yo nunca fallo en eso, y que ha vuelto a verse con un tal Lucas. Entiendo, por la mirada evitativa, que se trata del chico que ha provocado que ella esté así de rota. La verdad es que el tiempo que estuve escuchándola, sin interrumpir, me pareció la típica chica que todo el mundo quiere tener a su lado. También observé la forma de mirarla que tiene Alejandro. Se parece más a la mirada protectora y nostálgica de un padre que observa cómo su hija se hace mayor y se cae y no puede ayudarla, que a una mirada de deseo con ganas de arrastrarla a la cama y arrancarle la ropa. Al final me va a gustar la ex y todo.
La cosa es que la chica parece estar otra vez con ese chico pero que ella no está segura de a dónde va nada. “Porque con él ya se sabe, un día eres el regalo de Navidad de un niño que nunca ha tenido familia, y al siguiente dice que el destino pone tantos obstáculos para que no estén juntos por algo.” En mi humilde opinión de loquera, observo que ese chico tiene el síndrome de “no puedo ni con mi vida”. Es muy común entre los bohemios de ahora. Un día se lo va a encontrar colgado al lado de su máquina de escribir y con una nota que ponga algo similar a “Dios sabe que te amé más que a mi vida y que no fue suficiente. Te mereces alguien que te quiera más que a la vida de todos los habitantes del universo.” Pero no adelantemos acontecimientos.

Uy, parece que llega mi turno, mi chico se ha puesto a decirle una larga lista de piropos hacia mí y mi carrera. Yo sólo puedo sonreír y decirle que no exagere. La verdad es que no me apetece hablar de mí, me apetece seguir escuchándola. No sé si será por mi curiosidad científica o por la mezcla de esto y que la chica tiene una forma de explicar las cosas con una paciencia y vocabulario que te incitan a no dejar de escucharla jamás. Es como si fuera adictiva. No me extraña que aquel chico no sepa qué hacer, está tan enamorado que teme hacerle daño. Y eso que no la conozco en profundidad ni sé cómo es el otro. Hoy estoy sembrada.

Alejandro nos disculpa para ir al aseo y le susurro “Mía, sé que nos acabamos de conocer y te puede parecer extraño, ¿pero me permitirías hacerte una evaluación psicológica? Con esto no quiero decir que la necesites, ni mucho menos, pero me pareces alguien muy interesante y creo que podría ayudarte a encontrar la paz que necesitas. Porque sé que necesitas paz.” Veo que viene Alejandro y le guiño el ojo mientras ella sonríe y hace como que no, pero se ha emocionado. Creo que esta chica necesita que alguien la escuche más a menudo. Aunque pensándolo bien, no me parece del todo ético, puedo decirle a Marcus que se ocupe de ella y que, por favor, me cobre a mí sus consultas.

Encima es muy graciosa, hace el amago de pagar cuando llega la cuenta y se enfada con Alejandro, quién se niega por encima de todo a dejarse invitar por una estudiante de máster. Qué sobrado va algunas veces.

Cuando salimos del restaurante, ella me coge al brazo y me susurra: “creo que necesito esa paz más que respirar, pero tengo miedo de que me quiten los recuerdos que me atan a Lucas. Parece obsesivo, pero si me quedo sin nada, sin los recuerdos, sin los remordimientos, sin los fantasmas… creo que me moriría por dentro. De esta forma, siento que siempre está conmigo.” Creo que podría encerrarla por lo que acaba de decir, pero se le ve en la mirada que es un alivio para ella sentir a ese tipo aunque la forma de pago sea una tortura constante.

Llegamos a su portal, nos invita a pasar pero le digo que mañana trabajo y entro muy temprano, pero que seguimos en contacto y que se piense mi ofrecimiento. Que no sería yo la que la escucharía, sino un psiquiatra especializado en ese tipo de casos. Alejandro me mira como diciendo si es que estoy llamando loca a su mejor amiga en la primera cita. Mía me sonríe y me dice que se lo pensará, que es posible que acepte, pero que no cree que se quede mucho más tiempo en esta ciudad. Mira a Alejandro y le dice que no me castigue mucho por haberme recomendado ir a un experto, que tiene a una joya colgada del brazo y que no la pierda nunca. Me ruborizo. Parezco tonta, pero un piropo proveniente de ella es como si me hubiera tocado la lotería. Y eso que se pasa el día regalando halagos a las personas que, a su parecer, lo merecen. Me siento especial por merecer un piropo suyo. De nuevo vuelvo a pensar que la que necesita el psiquiatra soy yo.

Se despide con dos besos a ambos y a mí me da un abrazo mientras me susurra “por favor, cuídalo bien, cuídalo como yo no pude hacerlo. Y quiérele mucho, que se lo merece. Parece que no, pero es la mejor persona del mundo, no te pienses que es un pervertido que se toca viendo vídeos de comuniones.” ¿PERO CÓMO HA USADO ESA METÁFORA? Esta chica es un auténtico misterio. Le contesto que voy a hacer lo posible, sonríe y me guiña un ojo. Mía, si alguna vez necesitas una madre, déjame que te adopte.

Al llegar a casa, mientras Alejandro ha ido al baño, no se me ha ocurrido otra cosa que escribir estas páginas para que las incluya en el libro que por encima ha nombrado. Una especie de cuaderno de bitácoras que se turnan entre ella y el chico. Su vida es tan poética que me da envidia de la sana. Claro que yo no podría hacer la mitad de cosas que hace ella.

Sí, definitivamente creo que un psiquiatra lo único que haría sería eliminar todo el talento y arte que esta chica exhuma por sus poros, por su sonrisa, por su mirada y por su rostro de simpatía constante. Aunque le atormenten los fantasmas pasados, es una poeta en potencia, una bohemia moderna. Esperemos que esta historia no tenga un trágico final como los de París de principios de siglo.  

Capítulo I

Sandy.
Sandy se ha ido. Y se ha ido porque me lo he ganado a pulso. 

Mi Sandy. Mi dulce e inocente Sandy. Mi luz y mi bastón. Mi apoyo incondicional. Mi terapia de besos y amor. Mi Sandy tonta. Mi Sandy sin más. Mi sólo Sandy. 



Una sola promesa he cumplido de todas las que le he hecho a esta pobre niña que tuvo la mala fortuna de toparse conmigo en su vida. Y de enamorarse, nada más y nada menos, enamorarse del único subnormal que no sabía lo que era tenerla a su lado hasta que se dio cuenta de que ya no estaba.
Y la única promesa que he conseguido empezar a cumplir ha sido esta. 
Aún recuerdo su último susurro. Era algo así como "por favor, no te olvides de contar nuestra historia". Y me lo dijo con los ojos más angustiosos que he visto nunca. Angustiosos gracias al necio que le rompió el corazón y le cambió la vida: yo.  
Pero no sintáis compasión por mí, no. He tardado más de dos años en empezar a cumplir lo que le dije. Así soy yo, cobarde y llegando tarde a todo. Siempre. 
Pero no empecemos esta historia con alguien como yo. Hablemos de ella. Hablemos del sol que se refleja en su cabello. Hablemos del ángel más hermoso que existe. 

Mía se llama y cuando la conocí tenía diecisiete añitos. Delgada, no demasiado alta, ni demasiado baja, rubia y con ojos azules. Parece el típico patrón de chica modelo. Pero no. Mía no es esa chica por la que te girarías a verla mejor. No es esa chica por la que perderías tu asiento en el metro. Ni siquiera es esa chica a la que te planteas acercarte una noche. No es esa chica que deslumbra con su espectacular vestido. No deslumbra por la forma de su maquillaje. No es la clase de chica a la que le pedirías los apuntes. No, Mía no es como las demás.
Mía es esa chica que ves un miércoles por la noche yendo sola al cine. Es esa clase de chica que observas leyendo en el metro con las piernas cruzadas. Es esa chica que observas y te preguntas "qué clase de vida tendrá". Y cuándo, por casualidades de la vida, un día la conoces, entonces estás perdido. Cuándo la escuchas hablar, la escuchas razonar, cuándo te mira y te sonríe y sabes que esa mirada y esa sonrisa son sólo para ti, para tu uso y disfrute, entonces olvídate de pensar en cualquier otra cosa porque estás ante la Octava Maravilla.  Mía es esa chica por la que vas a abrir tu alma. Es a ella a quién le contarías lo que nunca te contarías ni a ti mismo. Ella es esa chica de la que hablan las canciones. Ella es la chica de Bruce. 

Y ahora, y sólo ahora, puedo empezar a contar el principio de nuestra historia.
Y sólo puedo hacerlo con sus propias palabras: 
"Las historias más bonitas siempre llevan el sello de noviembre, Lucas."