Capítulo I

Sandy.
Sandy se ha ido. Y se ha ido porque me lo he ganado a pulso. 

Mi Sandy. Mi dulce e inocente Sandy. Mi luz y mi bastón. Mi apoyo incondicional. Mi terapia de besos y amor. Mi Sandy tonta. Mi Sandy sin más. Mi sólo Sandy. 



Una sola promesa he cumplido de todas las que le he hecho a esta pobre niña que tuvo la mala fortuna de toparse conmigo en su vida. Y de enamorarse, nada más y nada menos, enamorarse del único subnormal que no sabía lo que era tenerla a su lado hasta que se dio cuenta de que ya no estaba.
Y la única promesa que he conseguido empezar a cumplir ha sido esta. 
Aún recuerdo su último susurro. Era algo así como "por favor, no te olvides de contar nuestra historia". Y me lo dijo con los ojos más angustiosos que he visto nunca. Angustiosos gracias al necio que le rompió el corazón y le cambió la vida: yo.  
Pero no sintáis compasión por mí, no. He tardado más de dos años en empezar a cumplir lo que le dije. Así soy yo, cobarde y llegando tarde a todo. Siempre. 
Pero no empecemos esta historia con alguien como yo. Hablemos de ella. Hablemos del sol que se refleja en su cabello. Hablemos del ángel más hermoso que existe. 

Mía se llama y cuando la conocí tenía diecisiete añitos. Delgada, no demasiado alta, ni demasiado baja, rubia y con ojos azules. Parece el típico patrón de chica modelo. Pero no. Mía no es esa chica por la que te girarías a verla mejor. No es esa chica por la que perderías tu asiento en el metro. Ni siquiera es esa chica a la que te planteas acercarte una noche. No es esa chica que deslumbra con su espectacular vestido. No deslumbra por la forma de su maquillaje. No es la clase de chica a la que le pedirías los apuntes. No, Mía no es como las demás.
Mía es esa chica que ves un miércoles por la noche yendo sola al cine. Es esa clase de chica que observas leyendo en el metro con las piernas cruzadas. Es esa chica que observas y te preguntas "qué clase de vida tendrá". Y cuándo, por casualidades de la vida, un día la conoces, entonces estás perdido. Cuándo la escuchas hablar, la escuchas razonar, cuándo te mira y te sonríe y sabes que esa mirada y esa sonrisa son sólo para ti, para tu uso y disfrute, entonces olvídate de pensar en cualquier otra cosa porque estás ante la Octava Maravilla.  Mía es esa chica por la que vas a abrir tu alma. Es a ella a quién le contarías lo que nunca te contarías ni a ti mismo. Ella es esa chica de la que hablan las canciones. Ella es la chica de Bruce. 

Y ahora, y sólo ahora, puedo empezar a contar el principio de nuestra historia.
Y sólo puedo hacerlo con sus propias palabras: 
"Las historias más bonitas siempre llevan el sello de noviembre, Lucas." 




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