La muerte.

Quizás había asimilado demasiado rápido la noticia. O quizás todavía no quería escuchar las palabras del médico. Quizás simplemente me había separado de mi cuerpo y comprendía que lo único que moriría era mi cuerpo material. Quizás esté empezando a creer en Dios.
O quizás he entendido que ha llegado el momento de reunirme con las dos personas que más he amado en mi vida. Quizá sesenta años eran demasiados para mí.

Quizá tenga cura, porque no veo a Aurora llorar desconsoladamente. La veo llorar como a cualquier persona a la que le dicen que uno de sus padres se hace viejo. Pero no es un llanto de muerte. O, al menos, no es la forma en la que mis genes me enseñaron a llorar.

Pero más allá de lo que sufra o no mi hija, tengo que pensar realmente si esto es lo que quiero. Tengo todas las metas de mi vida cumplidas: tengo más edad de la que me gustaría, he dispersado mi herencia genética para que mi estirpe no acabe en mí, he escrito un libro, tengo una casa pagada, soy propietaria de una editorial pequeña, hasta he llegado a conocer al amor de mi vida -dos veces-.
¿De verdad debería someterme a un tratamiento que probablemente alargue mi vida tres meses y que haga que sólo pueda disfrutar de ese tiempo como un cadáver que respira? ¿De verdad tengo que rendirme a otra norma social para que mi familia no llore mi pérdida dos meses antes de lo normal? ¿Merece la pena esperar a la muerte sentado en una butaca mientras comes acelgas? ¿O, por el contrario, es mejor ir al bar y beberte veinte botellas del whisky más caro hasta encontrar a la zorra que te va a arrancar de tu realidad? ¿Merece la pena aguantar cuatro meses más como un zombie sólo para poder seguir observando con tus ojitos azules como tu familia llora a escondidas porque te estás muriendo?

Mientras me evado de las noticias de este médico con pinta de haber perdido el corazón y la sensibilidad allá por el cuarto año de carrera, mi hija toma nota de los pasos que hay que seguir a partir de ahora. El señor con bigote y gafas amarillas le imprime un par de hojas mientras le acerca una caja de pañuelos de papel con la empatía que puede sentir por ti un árbol caído. Maldito necio, por lo menos intenta consolar a esta joven de pelo rubio anaranjado con bucles perfectos, que contornean una cara delgada y pecosa, perfecta. Maldito necio, atrévete a mirarla a sus verdes ojos azules.

Claro, después de la consulta toca hablar con el otro progenitor, para explicar por qué una llora y la otra aún no ha dicho palabra. Se repite la historia: todo el mundo llorando y yo sin poder pensar en nada. Nacho me abraza fuerte. Nacho casi no me deja respirar mientras llora desconsolado sobre mi pelo. Y a mí esta escena me hace perder la coraza.
¿Qué cojones voy a hacer sin las personas que más feliz me han hecho en estos últimos treinta años? Sí, la muerte de mi pequeño y la de su padre, me partió el alma, me obligó a huir muy lejos intentando dejar de ser yo -porque yo no podía ser yo sin ellos-.
Pero, qué coño, yo había sobrevivido. Incluso sobreviví tanto que conseguí ser feliz sin perderlos de mi recuerdo. Y lo hice gracias a estos ojos que hoy me miran desconsolados. ¿Cómo quiere el mundo que me vaya sin ellos?
No, me niego a dejarme llevar con el viento. Esta vez no. Esta vez voy a luchar por ellos, porque ellos me han dado la vida y no se la puedo quitar. Porque si hay alguien esperándome más allá, no le importará esperarme los meses que me regale la quimioterapia.

Y si le importa, qué se joda. A mí ya me abandonaron hace treinta.

Necesidad.

Llovía. O quizás no. Pero así lo sentía Mía. Sentía que la lluvia iba a inundar aquel refugio que habían construido con mentiras. Mentiras hacia los demás. Tabiques de mentiras. Fachada de mentiras. Pero dentro no. Dentro todo era distinto. Era otro punto distinto del universo. Estaban a otro nivel. Dentro reinaba la más pura sinceridad hallada. 

El día se despertó distinto. Mía abrió los ojos antes de que lo hiciera Lucas y corrió a mirar por la ventana. El cielo no presagiaba tormenta alguna, sólo lo hacía dentro de ella. Volvió a la cama y se acurrucó en el pecho de su Sandy, de su amor, de su trocito de cielo en mitad del mayor abismo infernal. Comenzó a besarle, delicadamente, como si el mundo se acabara lejos del calor de su cuerpo. Ella siempre era la observada mientras dormía, pero ese día no era un día cualquiera.
Sintió que todo lo que necesitaba estaba en torno a ella. Su única forma de supervivencia, ahora mismo, la rodeaba con los brazos. Sintió tan horrible vacío más allá de ese cuerpo que comenzó a emocionarse, primero lentamente y, después, como la horrible tormenta que la había despertado. Esa horrible sensación a derrumbe. 
Decidió apretarse a su cuerpo hasta que despertara con prisa para ir a trabajar. No quería nada más. Si en ese momento, algo en su cuerpo hubiera colapsado su organismo hasta el desfallecimiento, habría sido la muerte más feliz del mundo. Pero el destino nunca estuvo a favor de dicha felicidad. Nunca quiso que esta pareja hiciera historia. O que la hiciera de la forma que ellos querían. Ella siempre le decía a Lucas, en los momentos en que todo parecía que iba a volverse ceniza, que si perdían, solo ganaban. Ganaban más que nadie. Más que esas parejas que llevan toda la vida juntos y ya ni son capaces de estar solos. Que si perdían, sólo ganaban historias que contar. Porque eso eran ellos. Una historia sin edulcorar de la factoría Disney. Una historia original, cruel. Una historia que mejor no contar a nadie. O mejor gritar a los cuatro vientos. 

Lucas se despertó lentamente ante tal escena: su pequeña Sandy aferrada a él como si ya no quedara nada fuera, llorando tan delicadamente que ni la más maravillosa de las lluvias finas habría sabido imitar. Porque ni la naturaleza estaba a su altura. Ella era perfecta. Estaba por encima de todo lo perfecto que se conociera. Porque ella era Sandy, ella era viento. Ella era la que volaba. 

-¿Por qué lloras?- dijo apartando torpemente el cabello de la joven para poder observar su mirada compungida. 
-Porque Nacho (Vegas) tiene razón: "el universo es un lugar vacío y cruel cuando no hay nada mayor que su necesidad de él."- pero ella no separaba la nariz de su pecho. No quería que Lucas observara su rostro contrariado. 
-Déjame mirarte esos ojitos que tanto adoro. Déjame que te diga que no hay nada en el mundo que me importe ni una parte de lo que tú me importas. No me voy a ir, Mía. No hasta que no estés bien. No hasta que no necesites apretarme tanto. 
-No quiero separarme. No quiero. Porque no sé si cuando salgas por esa puerta vas a volver. Porque no sé si cuando salgas por esa puerta, el techo se va a derrumbar y no podré volver a abrazarte jamás. Porque no sé si un coche te pasará por encima y sólo quedará de ti un cuerpo frío y yermo en la calzada. Porque no sé qué haré si te cansas de mí y decides marcharte para siempre. Déjame formar parte de tu calor hasta que ya no lo quieras más.

Lucas no supo qué contestar a eso. Sólo supo emocionarse al mismo compás. Apretó con sus brazos el cuerpo de la joven y bajó la cabeza hasta rozar infinitamente con sus labios, su cabello. 

Sólo viento.

Perder a esa persona que pensabas que no iba a alejarse nunca, sucede por instantes.

Lo que primero suele suceder es que se acueste antes que tú. Y duerma.
No se queda leyendo, escuchando música o haciendo cualquier cosa, no. Duerme. Con la luz apagada y nada sobre las sábanas. Y cuando llegas a abrazarla y a decirle que es el momento que más esperabas del día, ella no se gira. Continúa durmiendo. Y ahí es cuando empiezas a notar como si estuvieras sobre una fina capa de hielo que empieza a desquebrajarse. Y no, no hay dónde apoyarse.
Pero por las mañanas siempre encuentras esa dulce sonrisa falsa. Porque aunque sea falsa, tú la vas a ver como la más cierta sonrisa del mundo. Porque no quieres que eso pase, quieres evitarlo. Y los seres humanos tendemos a pensar que si no lo vemos, es que no está sucediendo.

Ya nunca te arranca la mano de la palanca de cambios durante los viajes para notar tu calor, notar tu tacto. Ya no te devuelve las sonrisas. Ya nunca te abraza por la espalda mientras te das esa ducha que has necesitado durante todo el día. Y notas que esa ducha sin ella, no era todo lo que necesitabas. Ya nunca te interrumpe mientras haces cualquier cosa porque resulta que su canción del día, o en el libro que ahora lee, está la frase más bonita que hayas oído nunca.
De hecho, ya nada comparte contigo. Pasáis de una relación en bienes gananciales a una relación con separación de bienes.

Llegas a casa y siempre la misma escena: toma té y mira por la ventana, deseando ser sólo viento. Y cuando nota que eres tú el que abre la puerta, rápidamente se seca unas lagrimillas insolentes que se habían precipitado con demasiado contenido insoluble en agua salada. Y otra vez esa falsa y dulce sonrisa que comienza a romper la capa de hielo justo entre tus piernas. Y ahí sólo tienes un segundo para decidir hacia qué lado quieres ir. Si quieres dejarla libre como parece que necesita, o intentarlo con un nivel de compromiso mayor. Es una decisión en la que no puedes pensar mucho, tienes que hacerla al instante. ¿Hacia qué lado quieres ir?, ¿Hacia la derecha?, ¿Hacia la izquierda? Quizás sólo necesites caer y que tu cuerpo comience a congelarse lentamente, sintiendo cómo cada uno de tus nervios deja de transmitir sensaciones hasta el colapso. Hasta que tu actividad cerebral desaparezca junto con tu respiración. Y maldices mil veces el instinto de supervivencia animal.

Decides que es el momento perfecto para que ella sepa que quieres envejecer, que quieres engordar y que quieres tener minitús sólo con ella. Que quieres morir en sus brazos y que ella muera en los tuyos.


Y, queridos amigos, al final la capa de la derecha no era la más conveniente, y acabas muriendo congelado entre sus frías y crueles palabras de rechazo. Y lloras porque ella llora. Y lloras porque, probablemente, esa sea la última vez que la ves llorar. 

Quizás sea el momento de renunciar.

Mía ya no sangraba. Mía sentía que ya no le quedaba sangre en el cuerpo. Mía ya no sentía. Sólo un entumecedor vacío la llenaba. Aunque irónico, real. 

Había perdido a Sandy hacía ya un par de años. A Lucas se lo llevó su ausencia. A Lucas se lo llevó una cuerda en el cuello que no llegaba a asfixiarle ni la mitad que la pérdida de Mía y la del pequeño Lucas. 

Y ahora Mía volvía a estar sola. 

Ella miraba con dolor a Alejandro, que le arreglaba la habitación más vacía que ese dolor de sus ojos. Fumaba sin ganas y suspiraba con fuerza.

-Alejandro, ¿y si esto es una señal? ¿Y si el mundo se lleva a todas las personas que me amaban y a las que estaban a punto de nacer y, por lo tanto, a punto de amarme de forma innata por algo? ¿Y si el destino lo único que quiere decirme es que ya no hay sitio para mí en este mundo?

El humo del cigarrillo inundaba la habitación. Y Mía miraba con dolor a Alejandro mientras le dejaba un vaso de leche caliente sobre la mesilla.

-¿Y si fuera el momento de renunciar y rendirme? 

¿Sabes lo que es?

-¿Sabes por qué me fui de mi casa, Lucas? Siempre me has hecho esa pregunta y nunca te he contestado. ¿Sabes lo duro que es pasarte toda la vida comparada con tu hermana? ¿Que tu madre siempre te esté comparando con lo que hizo tu hermana a tu edad, con las notas que ella sacaba en tu curso, con la carrera que ella eligió, con la manera de afrontar la vida que ella tiene? ¿Sabes lo que es sentirte la idiota de la familia? ¿Sentirte que nunca vas a ser ni la mitad de inteligente que es ella, ni tus padres van a estar ni la mitad de orgullosos que están de ella? ¿Y que encima ellos se justifiquen diciendo que eso no es así, que ellos ya no tienen esa cercanía con ella, que ella se les ha escapado de sus manos y aún así a la mínima de cambio vuelvan a salirte con "pues tu hermana..."? ¿Sabes lo que se siente? ¿La mierda que puedes llegar a considerarte porque no tienes un pelo tan bonito como el suyo, porque tú no te pareces tanto a ellos, porque no estás ni la mitad de delgada que está ella, porque no eres tan guapa como ella? ¿Que el único piropo que te digan es que tienes unos ojos claros y que encima te los tapas con cristales? Es muy duro soportar esa presión. Es muy duro que ni tus propios padres sepan hacerte ver que te quieren, que vales la pena. Si sientes que ni ellos te quieren, ¿cómo te vas a querer tú? ¿cómo vas a dejar que los demás te quieran?
No puedes sentirte especial, porque tus padres te han hecho ver que no lo eres. Que tus padres sólo ven que piensas en estar con amigos todo el tiempo, en salir de tu casa a la mínima de cambio y que eso lo interpretan como que pasas de los estudios. Como que en tu vida no otorgas las prioridades correspondientes a las cosas que realmente importan. Sentir miedo de decirles algo que quieres hacer porque ellos no entienden que con esa edad, ya que tu hermana no lo hacía, quieras hacer cosas distintas. Es muy duro hacer algo que no está en su protocolo y sentir miedo a que te repriman. ¿Sabes lo que es estar en casa de tu abuela, pedirle algo de comer y pensar en lo que te dirá tu padre al salir de ahí, pensando que eres una impertinente? ¿Siempre sentirte mal al hacer las cosas que te apetece hacer? ¿Sabes lo que se siente cuando alguien te pregunta cómo eres delante de ellos y que tu madre conteste hablando de tu hermana? Son pequeñas tonterías que sueltas no te dicen nada y que juntas llegan a colapsarte. Me fui de mi casa porque mis niveles de ansiedad con diecisiete años eran insostenibles para mí, y la única solución que vi fue marcharme a una ciudad que, además, detesto. ¿Y sabes lo que es irte alegando la excusa de que en esa universidad tiene más fama la carrera? No, no lo sabes. Porque aunque veas a tus padres como monstruos, ellos siempre te han dado todo lo que has pedido. Porque siempre han visto tus lados buenos, tus atributos. No sólo tus defectos. ¿Sabes lo que es que una enfermera sea capaz de verte más virtudes en media hora de conversación que tu propia madre? Pues ya sabes por qué me fui, Lucas. Y ahora, con tu huida, estás volviendo a crear esa inseguridad que me llevó a marcharme. Porque ni siquiera el amor de mi vida me ha sobrepuesto a nadie. Porque el amor de mi vida se avergüenza de haberse enamorado de mí. Pero ahora vete. No quiero que te quedes compadeciéndote de mí, que para eso ya hay otros dos que llevan bordando el papel diecisiete años. 
Vete, por favor, y procura no volver nunca. 


El monstruo.

(Viernes, 21 de septiembre. 07:33)
Por fin. 
Por fin ya no estaba en esa ciudad de mil demonios. Esa ciudad de angustia y dolor. De amor, de desamor y de cicatrices abiertas. De fantasmas que no se iban. De fantasmas de hueso sin carne. De vivos muertos. De novios sin amor. De amores de odio.  De esperanza sin alas. De desesperanza de plomo.

El tren se detuvo y desperté. Desperté de un sueño del que ojalá no lo hubiera hecho nunca. Porque al despertar, todo sigue siendo igual. Porque nada había cambiado. Sólo que yo estaba más lejos. Busqué en el bolso la dirección que tenía apuntada para empezar a buscar un triste y desolado habitáculo donde refugiarme. Donde esconderme de la mirada decepcionada y dolida de Alejandro. Del desengaño y hastío de Lucas. De los sentimientos de culpa por dejar de querer. De los sentimientos de culpa por no dejar de querer. Donde esconderme de mi propio juicio. Donde empezar de cero. Donde nadie me conociera. Pero en el reverso de la dirección, una frase escrita por el desgarrado puño de Alejandro, imponía una condena devastadora por mi huida:

“El monstruo de tu armario era un espejo”.

Cada letra, cada sílaba y cada palabra se introdujeron por los poros de mi piel hasta encallar en mi pecho y, como un explosivo en una cristalería, arrasar con todo. Apoyé mi frente sobre la ventanilla y quise desaparecer. Disolverme. No haber despertado. (Reitero).  Mis ojos se tiñeron de color rojo intenso. Tan intenso que dolía. Me ardían las entrañas. Hasta una lágrima se atrevió a intentar surcar los cuarteos que a mi rostro le había hecho el dolor. Pero mi orgullo, fuerte y autoritario, se negó a dejar correr esa gota de mar. Echando una mirada rápida a mi nueva ciudad, mis ojos se quedaron fijos en los ojos de un hombre que me observaba. Con pinta de bohemio neoyorkino, con el pelo rizado y despeinado, con gafas de sol en una ciudad donde nunca salía el sol, fumado y bebiendo café. Le sonreí como pude mientras deliberaba acerca de por qué me miraba así. Su rostro me resultaba tan… ¿familiar? “No sé, imaginaciones mías”, supuse. Me miraba como un hermano mira a su hermana pequeña después de su primer fracaso amoroso. Me devolvió la sonrisa e hizo un gesto con la taza. Otra vez esa llamada. Tenía la necesidad de saber quién era. Tenía la necesidad de preguntarle el porqué de esa mirada. Tenía esa misma necesidad que tanto dolor le había traído. Esa necesidad que nunca le había provocado un solo arrepentimiento de sus actos. Porque lo bueno termina doliendo. Porque lo bueno dura instantes.

Cogió su maleta, su caja de chismes y salió rápidamente del tren para plantarse justo delante del bohemio.
-Pareceré una loca pero algo me ha dicho que tenía que hablar contigo.
-¿Eres nueva en la ciudad?
-Sí… Busco casa.
-Yo alquilo una habitación. Te la dejo si me cuentas de qué fantasmas huyes.
-¿Fantasmas? Aquí el único fantasma soy yo. El único monstruo, como alguien diría.- Volví a frenar otro atrevimiento lagrimal y continué: -¿Alguna vez has sentido claustrofobia dentro de ti?

-Si eres un monstruo, yo te dejo un armario. Me llamo Mateo, encantado. 

El encuentro III

(Anterior: http://palabrasdelimon.blogspot.com.es/2014/01/el-encuentro-ii.html)

Viernes, 21 de octubre. 03:00

Lo esperé en el marco de la puerta, aún sin quitarme la ropa del concierto. "Demasiado arreglada para la ocasión", como hubiera dicho R. No quiero ni pensar en él, me da escalofríos recordarlo. R es el motivo de irme de mi casa. El motivo de querer empezar de cero. R es el único capaz de hacer que quiera pegarme un tiro en el concierto de mi grupo favorito. R es el único capaz de amargarme la existencia aún diciendo quererme. Gracias que R desapareció esa misma noche. Lucas no sólo había aparecido en el momento oportuno, me había salvado de mi realidad. De mi demasiado real realidad. 

Pero no todo fue tan perfecto como yo lo imaginé, Lucas subió el último escalón con un sentimiento de culpa que asfixiaba a todo el edificio. A todo el complejo, mejor dicho. Y me miró a los ojos buscando la manera de escapar de su demasiado real realidad. Y creo que se juntaron las dos demasiado reales realidades y se hicieron un lío que terminaron uniéndonos a los dos entre el amor y la desdicha eterna. 

-Mía, esto no está bien.- Me dijo clavándome sus ojos verde esperanza en el alma. Esperanza era lo que necesitábamos...
-¿Cómo que no está bien?- Sonreí. Lucas dijo en una ocasión que esa sonrisa le dio fuerzas para continuar, pero yo sólo sonreí.
-Mía, probablemente, después de lo que te tengo que decir, me odies para siempre. Probablemente no quieras volver a hablarme nunca. Y probablemente querrás que nunca hubiera aparecido en tu vida. 
-No seas tan exagerado. Tampoco hemos hecho nada malo. Y lo único que podría molestarme es que aparecieras un viernes de madrugada en mi habitación teniendo a alguien esperándote en casa. Pero vamos, no creo que...- Y me callé. Porque sus ojos brillaron. Y no porque tuvieran que brillar, sino porque la luz que desprendían las bombillas del pasillo se reflejaba en el agua que había encharcado desde sus huesos hasta los míos.- Dime que no es verdad, Lucas...
-Lo siento, Mía. Entenderé cualquier reacción que tengas, porque yo tampoco entiendo qué hago aquí.
-De todas formas aquí no ha pasado nada.
-Exacto, no ha pasado nada externamente. Pero algo sí ha pasado. Y lo que ha pasado es que dentro de mí no quepo. Que yo me juré no volver a sentir nada por nadie. Y el alcohol me ha traicionado. El alcohol me ha traído hasta tu ventana. 
-Yo no sé si quiero volver a complicarme la vida, Lucas. No he conseguido dejar de pensar en lo de esta mañana en todo el día. Y sólo han pasado unas hora. Necesito aclararme. Demasiadas sensaciones en muy poco tiempo.  

Él se fue. Pero la asfixia seguía allí. Ahora ya no me rompía el alma su sentimiento de culpa. Me paraba el corazón que siempre todo lo bonito tuviera una parte tan horrible detrás. 
Me encerré, puse el reproductor y escuché en bucle durante tres veces "A la orilla de la chimenea" intentando quemarme entre sus brasas. 

Hecha para el invierno.

Jueves, 14 de abril. 23:04

Quizás Sandy estaba hecha para el invierno. O quizás el invierno estaba hecho para Sandy. La cosa es que algo raro pasaba con Sandy y el tiempo. Si Sandy estaba contenta, la lluvia era tan débil y delicada como su mirada. Si Sandy estaba enfadada, el viento podía arrancar los árboles de cuajo. Si a Sandy le dolía el alma, las nubes lloraban al ritmo que lo hacía Sandy. Pero nunca hacía sol. Desde que yo desaparecí de su vida, el tiempo en esta ciudad cambió de golpe. De hacer ese sol de invierno tan agradecido que parece que a todos nos encanta, a que el tiempo se volviera tormentoso día sí y día también.

Es cierto que aun estando con Sandy, cada vez que la veía la brisa de la proximidad del mar soplaba de tal forma que levantaba su falda y revolvía su pelo. Pero Sandy siempre sonreía. Y más cuando me veía bajar del coche. Aún recuerdo su sonrisa iluminando al Sol. Porque ya quisiera el Sol iluminar la mitad que la sonrisa de Mía.

Cuando empecé a conocer a Mía, en ese momento aún no era mi Sandy, me la encontré en el metro. Recuerdo como la observaba desde el fondo, evitando que ella me viera, pues estaba terriblemente avergonzado de las cosas que estaban sucediendo. Pero lo que yo quiero recalcar, son los pequeños detalles que ella tenía. Ella me contó, más tarde, lo que sucedió esa fría mañana de noviembre:

“¿Sabes una cosa que me gusta hacer, Lucas? Cuando voy subida en metro o tranvía y veo que alguien va escuchando alguna canción que a mí también me gusta, en silencio canto la canción moviendo los labios, para que la otra persona me mire. Y cuando pone cara extraña al verme musitando esa música tan rara, río para que se liberen tensiones y deje de ser un momento incómodo para que sea un momento más que agradable. Es complicado, pero siento que algunas veces la música me recomienda a personas.”

Yo de esa escena sólo presencié el momento en el que empezaron a reír y el tranvía se iluminó. No sé si en verdad alguna vez más lo ha practicado, pero sé seguro que le alegró la mañana a ese chico.

Y es que Mía era así. A Mía le gustaba hacer reír porque sí a los demás. Y digo era, porque gracias a mi aparición y desaparición estelar, esa alegría y ganas de vivir que Mía desprendía y regalaba con la mirada, parece que lo ha guardado en una caja fuerte con un cifrado imposible dentro de su alma.



Hace ya tres meses que en esta ciudad ya no sale el Sol.  

Lo último.

(Anterior: http://palabrasdelimon.blogspot.com.es/2013/10/el-lobo.html )

Miércoles, 26 de enero. 22:08

"El tabaco mata menos que tu ausencia", y me fumé el último cigarro del último paquete que compramos juntos, el último día que nos dimos el último beso, la última vez que nos miramos a las ojos y la última vez que se nos olvidó decirnos te quiero. 

El encuentro II


Llegué a mi habitación con ganas de caer sobre la cama y dejar lentamente de respirar con la almohada taponando la entrada de oxígeno en mi cuerpo. Eran cerca de las tres y la noche había sido lo suficientemente larga como para querer perderme en uno de esos paraísos perdidos sola. 

Sola.

Hacía tanto tiempo que no sabía lo que significaba esa palabra que mi piel se erizó al pensar en ella. 

Pero algo en el fondo de mi cabeza me gritaba que encendiera mi ordenador y comenzara a escribir el borrador de la crítica del concierto de hoy para mi blog. Y yo, como de costumbre, escuché antes a las vocecitas de mi cabeza que al propio raciocinio que me pedía de forma exasperante que me fuera ya a dormir. 
Y ahí estaba, un comentario en la crítica de Paris Je T'aime. ¿Casualidad? 
El corazón se me aceleró al ver la notificación y en mi cabeza una imagen había decidido instalarse. "El que vuela", recordé.
Alguien llamado Lucas había comentado mi publicación hacía apenas diez minutos. Hablaba de lo impecable de la redacción y del cariño con el que lo había escrito finalizando con un "¿puede ser que sea tu película favorita? Soy el torpe que no sabe llamar a la puerta." Me reí y decidí apresurarme a contestarle con un "Veo que además de torpe, usted sabe encontrar los dobles sentidos escondidos entre las palabras." 
Mientras evitaba morderme las uñas o parecer idiota con una sonrisa de oreja a oreja, decidí comprobar el correo. Y ahí también estaba él. Un mensaje directo para mí:

"Quizás te lo dicen mucho, pero además de ser amable y divertida con la gente que no conoces, pareces alguien muy interesante. Tal vez sea un error escribirte por aquí pero algo, como una vocecita en mi cabeza, me obligaba a buscarte y hablarte. Desprendes algo que no sabría definir con palabras. 
Pensarás que soy un loco y otro moscón más. Lo siento."

Y sin quitarme la maldita sonrisa que parecía haber llegado para quedarse, le contesté rápidamente:

"¿Otro moscón más? Creo que es el primer email que recibo a través del blog, no sé qué concepto tienes de un sitio donde escribo opiniones que no le importan a nadie sobre temas que le importan todavía a menos gente, pero no suelo recibir mensajes, no. 
Has descrito a la perfección algo que no tiene descripción. Pero yo ya te lo dije esta mañana, pareces el que vuela, no sé explicarme de otra forma.
Creo que desde que te "conozco" has dicho más veces "lo siento" que en todo el tiempo que llevo viviendo, no hace falta que te disculpes todo el tiempo por tu forma de pensar. O por lo menos, conmigo no." 

No pasó ni un minuto cuando recibí su siguiente mensaje:

"Apaga la luz que te van a comer los mosquitos."

Comencé a reír como hacía mucho tiempo que no lo hacía y recibí otro al instante:

"Si sigues riendo de esa forma, vas a despertar a tus compañeras."

Y sin pensarlo demasiado, contesté:

"Si quieres entrar, entra, pero si sigues espiándome me veré en la obligación de llamar a la policía. Creo que tengo un torpe, loco y acosador moscón que me persigue vía internet. Deberías llevar cuidado por si decide atacarte." 

Me asomé a la ventana y ahí estaba él, el que vuela, terminando de leer el mensaje y con la misma cara de idiota que yo tenía desde el primer comentario. 

Capítulo II

(Anterior: http://palabrasdelimon.blogspot.com.es/2014/01/capitulo-i.html)

Él... él se ha ido. Él se ha ido dejando una nota encima de la mesa.
Él se ha ido sin besos de despedida. Él se ha ido sin pañuelos blancos ondeando con el viento. Él se ha ido sin miradas llenas de angustia, sin suspiros que provocan tormentas. Se ha ido sin abrazos que saben a final, sin gritos de rabia contra la almohada. Él, simplemente, se ha ido. 

Y yo me encuentro mirando por la ventana mientras me enciendo el tercer cigarrillo de la mañana. Aún no he dejado de llorar desde que leí su nota. Nota que se me ha clavado como un puñal en el alma. Sigo mirando, esperando su vuelta dramática con las maletas en las manos y pidiéndome entre lágrimas que nos fuguemos juntos y lo dejemos todo atrás. Siempre he sido una ingenua. 
Quizás él nunca cumpla sus promesas, pero no me voy a sentar a esperar que lo haga. Quizás el hecho de que se haya ido sin más me da pistas de sus intenciones. Voy a cumplir la promesa que me hizo, porque esto no se puede acabar aquí. Me niego a creerlo. Voy a escribir nuestra historia. Y voy a escribir el final que quiero en ella, porque quizás, si yo creo lo que puede pasar, termine saltando a las líneas de la realidad. Y si me vuelvo loca escribiendo, me volveré loca por un amor que pudo ser y nunca fue. 

Pero empecemos por el principio, empecemos describiéndole. Empecemos describiendo a Sandy. 

Lucas. 22 años (hasta julio). Estudiante de periodismo. Natural de un pueblo de Alicante. Alto, moreno, con barba. Penetrantes ojos verdes. Sonrisa que ilumina.
A Lucas no esperes encontrarle en el metro. No esperes encontrarle en la calle. Pero, quizás, si me hubiera cruzado con él alguna vez en el metro, me habría parado a mirarle y a pensar si me gusta o no. Porque yo soy de esa clase de chicas que necesita pensar antes de sentir. Y luego, cuando empieza a sentir, se olvida de pensar. Me habría parado a observar esa mirada de mil fantasmas acosándole. Esa mirada de auxilio. Esa mirada que grita, a pesar de su forma pausada y paciente de hablar. Probablemente, nuestras miradas se habrían cruzado y me hubiera cazado observando sus ojos, y mira que yo soy poco de mirarlos, hay algunos que hipnotizan. Es muy posible que yo me sonrojara. Mucho. Y él empezara a reír sin hacer ruido. Y yo me habría reído igual. Y en la siguiente parada, entre el bullicio de gente, yo habría desaparecido y su mirada, visiblemente desahogada en apenas unos instantes, se hubiera vuelto de nuevo angustiada y pesarosa.
Lucas es esa clase de chicos que te gustan por su físico y te enamoran por su mente. Creo que no he conocido a alguien tan parecido a mí y a la vez tan distinto. Dicen que cuándo no sabes lo que sientes, lo que realmente estás sintiendo es el amor. Sinceramente, hasta conocerle a él, yo hubiera jurado mil y una vez que el amor sólo era una conspiración mercantil de las canciones y las películas acompañado de una reacción química, para que todos creamos en que existe algo, aunque seas ateo. 
Pero Lucas tiene ese efecto. Es capaz de hacerte pensar en cada una de las cosas que crees y reflexionar hasta encontrar un punto intermedio entre ambos. Un punto intermedio que resulta ser el punto perfecto, la visión más racional. 
Lucas no sólo ha cambiado mi forma de reflexionar, ha cambiado mi forma de ser. Me ha cambiado por completo. Si antes no creía en el amor, ahora soy la persona que más cree en él. Si antes no creía en el destino, ahora creo firmemente que tiene una gran historia reservada para nosotros, que ni el viento, ni el mar, ni siquiera Marla y su dinero, podrán tumbar. 
También quiero plasmar el amor de Lucas por la música. Es extraño encontrar alguien así, pero al igual que yo, Lucas es mejor expresándose con canciones (de Bruce, sobre todo) que con palabras. Lucas es esa persona que puede enamorarte explicándote el verdadero sentido de The Wall. O que puede pasarse un fin de semana, sin parar, viendo tantas películas que al final no sepa en qué realidad vive. 
Quizás se haya vuelto medio loco por todo esto, pero para mí, todos sus defectos son simples estrategias de  la vida para hacerle especial. Y sus virtudes le extrapolan a una dimensión que nadie conoce. Le hacen ser el que vuela. 

Y sin más dilación, creo que debería empezar a contar nuestra historia. Dedicada a ti, Lucas. A nuestro amor imposible, a nuestro amor invencible. A nosotros. Para que este amor dure para siempre. Para que este amor sea inmortal. 

Annie.

Lo peor de que tu chico sea abogado es que nunca sabes si los motivos para justificar su conducta son de parte del acusado o del acusador. Es decir, nunca sabes si está de parte de la víctima o del delincuente.  Puesto que él se representa a sí mismo contra la acusación, es decir, yo misma, vamos a aceptar que está de parte del delincuente.
Otra cosa no lo sé, pero a mentir les enseñan de puta madre en la carrera. Ah, y a perder la poca sensibilidad que puedan tener. Les enseñan a defender lo indefendible y a hacerte parecer a ti la loca paranoica que se inventa historias en su cabeza. Pero con la iglesia hemos topado: no pretendas tachar de loca a una psiquiatra, porque no cuela.

Y así podríamos resumir mi vida amorosa en los últimos diez años. Toda una gran variedad de mentirosos compulsivos con necesidad de que alguna tonta le calentara la cama por las noches.

Me llamo Annie y parece que he encontrado a la persona más maravillosa del mundo. No sé si es porque el karma me ha devuelto todas las que me debe o si es porque va a resultar ser un pervertido que le gusta tocarse viendo vídeos de comuniones. En cualquier caso, por ahora parece ser la mejor persona que he conocido nunca.
Lo que sé de él es que hace ya dos años que no está con nadie y que de la última relación, conserva una gran amistad con la chica. No sé si eso va a ser peor y un día me los encontraré desahogándose, como buenos amigos, debajo de mis sábanas. Viéndola por encima parece una chica que está rota por dentro, bastante inestable y que necesita conseguir un poco de estabilidad y confianza en sí misma. Está un poco loca, en el buen sentido. Se alegró muchísimo de que mi chico ahora tuviera una chica y me dijo entre sonrisas, por cierto, tiene una sonrisa que enamora, llena de dulzura e inocencia, que estaba con el mejor hombre del universo. Que si ella no lo tiene es porque considera que se merece a una chica mucho más estable, palabras suyas textuales (minipunto para mí).

Mi amor se empeñó en que nos conociéramos porque no quería que yo me enfadara cada vez que me dijera que había quedado con ella. Ella nos habló de lo bien que le va en esa ciudad nueva donde vive, no recuerdo el nombre y mira que yo nunca fallo en eso, y que ha vuelto a verse con un tal Lucas. Entiendo, por la mirada evitativa, que se trata del chico que ha provocado que ella esté así de rota. La verdad es que el tiempo que estuve escuchándola, sin interrumpir, me pareció la típica chica que todo el mundo quiere tener a su lado. También observé la forma de mirarla que tiene Alejandro. Se parece más a la mirada protectora y nostálgica de un padre que observa cómo su hija se hace mayor y se cae y no puede ayudarla, que a una mirada de deseo con ganas de arrastrarla a la cama y arrancarle la ropa. Al final me va a gustar la ex y todo.
La cosa es que la chica parece estar otra vez con ese chico pero que ella no está segura de a dónde va nada. “Porque con él ya se sabe, un día eres el regalo de Navidad de un niño que nunca ha tenido familia, y al siguiente dice que el destino pone tantos obstáculos para que no estén juntos por algo.” En mi humilde opinión de loquera, observo que ese chico tiene el síndrome de “no puedo ni con mi vida”. Es muy común entre los bohemios de ahora. Un día se lo va a encontrar colgado al lado de su máquina de escribir y con una nota que ponga algo similar a “Dios sabe que te amé más que a mi vida y que no fue suficiente. Te mereces alguien que te quiera más que a la vida de todos los habitantes del universo.” Pero no adelantemos acontecimientos.

Uy, parece que llega mi turno, mi chico se ha puesto a decirle una larga lista de piropos hacia mí y mi carrera. Yo sólo puedo sonreír y decirle que no exagere. La verdad es que no me apetece hablar de mí, me apetece seguir escuchándola. No sé si será por mi curiosidad científica o por la mezcla de esto y que la chica tiene una forma de explicar las cosas con una paciencia y vocabulario que te incitan a no dejar de escucharla jamás. Es como si fuera adictiva. No me extraña que aquel chico no sepa qué hacer, está tan enamorado que teme hacerle daño. Y eso que no la conozco en profundidad ni sé cómo es el otro. Hoy estoy sembrada.

Alejandro nos disculpa para ir al aseo y le susurro “Mía, sé que nos acabamos de conocer y te puede parecer extraño, ¿pero me permitirías hacerte una evaluación psicológica? Con esto no quiero decir que la necesites, ni mucho menos, pero me pareces alguien muy interesante y creo que podría ayudarte a encontrar la paz que necesitas. Porque sé que necesitas paz.” Veo que viene Alejandro y le guiño el ojo mientras ella sonríe y hace como que no, pero se ha emocionado. Creo que esta chica necesita que alguien la escuche más a menudo. Aunque pensándolo bien, no me parece del todo ético, puedo decirle a Marcus que se ocupe de ella y que, por favor, me cobre a mí sus consultas.

Encima es muy graciosa, hace el amago de pagar cuando llega la cuenta y se enfada con Alejandro, quién se niega por encima de todo a dejarse invitar por una estudiante de máster. Qué sobrado va algunas veces.

Cuando salimos del restaurante, ella me coge al brazo y me susurra: “creo que necesito esa paz más que respirar, pero tengo miedo de que me quiten los recuerdos que me atan a Lucas. Parece obsesivo, pero si me quedo sin nada, sin los recuerdos, sin los remordimientos, sin los fantasmas… creo que me moriría por dentro. De esta forma, siento que siempre está conmigo.” Creo que podría encerrarla por lo que acaba de decir, pero se le ve en la mirada que es un alivio para ella sentir a ese tipo aunque la forma de pago sea una tortura constante.

Llegamos a su portal, nos invita a pasar pero le digo que mañana trabajo y entro muy temprano, pero que seguimos en contacto y que se piense mi ofrecimiento. Que no sería yo la que la escucharía, sino un psiquiatra especializado en ese tipo de casos. Alejandro me mira como diciendo si es que estoy llamando loca a su mejor amiga en la primera cita. Mía me sonríe y me dice que se lo pensará, que es posible que acepte, pero que no cree que se quede mucho más tiempo en esta ciudad. Mira a Alejandro y le dice que no me castigue mucho por haberme recomendado ir a un experto, que tiene a una joya colgada del brazo y que no la pierda nunca. Me ruborizo. Parezco tonta, pero un piropo proveniente de ella es como si me hubiera tocado la lotería. Y eso que se pasa el día regalando halagos a las personas que, a su parecer, lo merecen. Me siento especial por merecer un piropo suyo. De nuevo vuelvo a pensar que la que necesita el psiquiatra soy yo.

Se despide con dos besos a ambos y a mí me da un abrazo mientras me susurra “por favor, cuídalo bien, cuídalo como yo no pude hacerlo. Y quiérele mucho, que se lo merece. Parece que no, pero es la mejor persona del mundo, no te pienses que es un pervertido que se toca viendo vídeos de comuniones.” ¿PERO CÓMO HA USADO ESA METÁFORA? Esta chica es un auténtico misterio. Le contesto que voy a hacer lo posible, sonríe y me guiña un ojo. Mía, si alguna vez necesitas una madre, déjame que te adopte.

Al llegar a casa, mientras Alejandro ha ido al baño, no se me ha ocurrido otra cosa que escribir estas páginas para que las incluya en el libro que por encima ha nombrado. Una especie de cuaderno de bitácoras que se turnan entre ella y el chico. Su vida es tan poética que me da envidia de la sana. Claro que yo no podría hacer la mitad de cosas que hace ella.

Sí, definitivamente creo que un psiquiatra lo único que haría sería eliminar todo el talento y arte que esta chica exhuma por sus poros, por su sonrisa, por su mirada y por su rostro de simpatía constante. Aunque le atormenten los fantasmas pasados, es una poeta en potencia, una bohemia moderna. Esperemos que esta historia no tenga un trágico final como los de París de principios de siglo.  

Capítulo I

Sandy.
Sandy se ha ido. Y se ha ido porque me lo he ganado a pulso. 

Mi Sandy. Mi dulce e inocente Sandy. Mi luz y mi bastón. Mi apoyo incondicional. Mi terapia de besos y amor. Mi Sandy tonta. Mi Sandy sin más. Mi sólo Sandy. 



Una sola promesa he cumplido de todas las que le he hecho a esta pobre niña que tuvo la mala fortuna de toparse conmigo en su vida. Y de enamorarse, nada más y nada menos, enamorarse del único subnormal que no sabía lo que era tenerla a su lado hasta que se dio cuenta de que ya no estaba.
Y la única promesa que he conseguido empezar a cumplir ha sido esta. 
Aún recuerdo su último susurro. Era algo así como "por favor, no te olvides de contar nuestra historia". Y me lo dijo con los ojos más angustiosos que he visto nunca. Angustiosos gracias al necio que le rompió el corazón y le cambió la vida: yo.  
Pero no sintáis compasión por mí, no. He tardado más de dos años en empezar a cumplir lo que le dije. Así soy yo, cobarde y llegando tarde a todo. Siempre. 
Pero no empecemos esta historia con alguien como yo. Hablemos de ella. Hablemos del sol que se refleja en su cabello. Hablemos del ángel más hermoso que existe. 

Mía se llama y cuando la conocí tenía diecisiete añitos. Delgada, no demasiado alta, ni demasiado baja, rubia y con ojos azules. Parece el típico patrón de chica modelo. Pero no. Mía no es esa chica por la que te girarías a verla mejor. No es esa chica por la que perderías tu asiento en el metro. Ni siquiera es esa chica a la que te planteas acercarte una noche. No es esa chica que deslumbra con su espectacular vestido. No deslumbra por la forma de su maquillaje. No es la clase de chica a la que le pedirías los apuntes. No, Mía no es como las demás.
Mía es esa chica que ves un miércoles por la noche yendo sola al cine. Es esa clase de chica que observas leyendo en el metro con las piernas cruzadas. Es esa chica que observas y te preguntas "qué clase de vida tendrá". Y cuándo, por casualidades de la vida, un día la conoces, entonces estás perdido. Cuándo la escuchas hablar, la escuchas razonar, cuándo te mira y te sonríe y sabes que esa mirada y esa sonrisa son sólo para ti, para tu uso y disfrute, entonces olvídate de pensar en cualquier otra cosa porque estás ante la Octava Maravilla.  Mía es esa chica por la que vas a abrir tu alma. Es a ella a quién le contarías lo que nunca te contarías ni a ti mismo. Ella es esa chica de la que hablan las canciones. Ella es la chica de Bruce. 

Y ahora, y sólo ahora, puedo empezar a contar el principio de nuestra historia.
Y sólo puedo hacerlo con sus propias palabras: 
"Las historias más bonitas siempre llevan el sello de noviembre, Lucas." 




Para ti, Alejandro.

Viernes, 8 de febrero. 03:05

Las dudas. Esas horribles compañeras que todo lo destrozan. Esas que se introducen sutilmente y cuándo menos lo esperas, ya han conquistado toda la relación. Y dónde no corría el aire, se vuelve un abismo espacial.  
Despertarte y saber que la primera persona en la que piensas no es la que tienes a tu vera, es lo que ellas provocan. Mirarle a la cara e intentar que sean otros ojos los que te miran. intentar sumergirte en lo negro de la pupila para que al salir, sean otros ojos. Pero no. Siguen siendo los mismos.
No poder mirarle cómo hace apenas unos meses lo mirabas. Que no te importe a la hora que llegue, que no te importe, siquiera, que llegue. Aunque él creyese que sólo le dolería a él saber lo que siento, a mí me arde por dentro esta indiferencia que el tiempo ha malmetido entre nosotros. 
¿Qué ha pasado? ¿Qué ha provocado este enfriamiento casi instantáneo? La respuesta más fácil sería culpar a los demás, decir que el trabajo de Alejandro lo ha distanciado de mí. Decir que el recuerdo de mi Sandy nunca se ha borrado de mi cabeza, pero que estaba oculto. 
Siendo sinceros, eso no sirve para nada. Simplemente me conformaré diciendo que se me ha acabado el amor. O que mi corazón ha decidido rechazarlo como si fuera un agente infeccioso. No se me ocurre nada más para explicar este momento. Son las tres de la mañana, él aún no ha vuelto de trabajar y, sinceramente, ojalá no vuelva nunca. Pero casi sin terminar la frase, la puerta de casa se cierra a su paso. Él ha llegado, cariñoso como siempre. Me busca entre las sábanas y me hago la dormida. Busca mi calor, mi piel. Y la besa y la acaricia, y a mí lo único que se me ocurre es dejarme querer. No quiero que piense que ya no le quiero porque quererle, le quiero mucho. Sólo que no como quiero a mi Sandy. Sólo que no es como se debe querer. 

Entonces me doy cuenta: no se me ha acabado el amor. Se me ha acabado el amor para ti, Alejandro. 

Lucha temporal. (Parte II)

Sábado, 10 de diciembre. 21:34

Estaba apunto de acabar la última canción cuando los ojos de Ana se clavaron en los míos y sentí la necesidad de volverme invisible. No se había percatado de mi presencia hasta ahora. Mi estómago empezó a llenarse de nervios y de nuevo, las náuseas. 
Como hecho adrede, comenzó a cantar otra canción como bis. Esa media sonrisa de reproche y desprecio que siempre me había puesto en mi tiempo con Lucas, volvió a aparecer en su rostro. Y, por supuesto, no podía ser otra canción más que "nuestra canción". Sentí un latigazo en el alma, una fisura en el corazón y una tempestad en mi cara. Ella volvió a sonreír cuando se percató que estaba a punto de echarme a llorar. Gracias que Helena vio la situación y decidió que era el mejor momento para fumarnos un cigarro en la puerta.

-Lo ha hecho a propósito. Es una zorra.- Le dije buscando en mi bolso el paquete de tabaco mientras las manos me temblaban casi como a un enfermo de Parkinson. 
-Mía, te juro que no sabía que era ella, de verdad. Lo siento mucho.- Helena me miraba como pensando en el error que había cometido al traerme aquí.
-No te preocupes, en serio, no ha sido tu culpa. Esa zorra nunca ha soportado verme con Lucas y ahora le gusta la idea de hacerme sufrir. No se pudrirá por dentro de maldad. Joder, no encuentro el tabaco.-dije sacando con un gesto hostil las manos del bolso.
-Disculpen, ¿puedo invitarlas a un cigarro?- de nuevo esa voz. Toda mi piel se erizó al sentir su presencia detrás de mí. 
-Claro.-dijo Helena sonriendo pícaramente. 
-No he podido resistirme a volver a buscarla.-me susurró al oído mientras se inclinaba para dárselo.
De forma muy sutil, Helena se alejó como para llamar por teléfono y así dejarnos a solas. 

-Ahora le debo un café, caballero.- dije con una sonrisa mientras me giraba para mirarle. 
-En realidad he manipulado un poco las circunstancias, así que voy a cambiar el café por una copa ahora y la pago yo.
-Qué poco me gustan los manipuladores, caballero. 
-A mí no me gusta que me hipnoticen con la mirada, señorita, y no por eso he dejado de venir.

"Hipnotizado por mi mirada" me dije. ¿Qué probabilidad había de que dos personas sintieran lo mismo sin conocerse? ¿Y qué probabilidad había de que definieran de la misma manera esa sensación?

Volví a sonreír y le dije:
-Por favor, llévame lejos de este bar.
-Si hay algo dentro de este sitio que hace que esos ojos se vean tan tristes, debería entrar y resolver el problema. Nadie puede hacerle eso a una cara tan linda. 
-¡Mía!- Era ella. Inspiré hondo y me giré despacio. Esto iba a doler, seguro.- Madre mía, estás estupenda. Te veo más delgada. 
-Hola, Ana. Has estado genial.-dije fingiendo una sonrisa.
-Lo que no comprendo es que salieras justo en la canción más bonita. Le diré a Lucas lo guapa que estás, seguro que se alegra de que todo te vaya tan bien.- podía apostar mi cuello a que mentía más que hablaba.
Y aunque sabía que ella no era de fiar, necesitaba preguntarle por mi Sandy:
-¿Cómo está él?
-¿Es que no lo sabes? Marla y Lucas han sido papás.

Sentí cómo el peso del Universo caía sobre mí y sólo fui capaz de articular un triste "tengo que irme". Comencé a caminar deprisa. Helena cortó su conversación telefónica cuando le hice un gesto que entendió a la perfección. 
Y de lejos la voz de Ana retumbó dentro de mi cabeza:
-Le diré lo estupenda que estás. Te ha venido bien su abandono. A los dos os ha venido de lujo. 

Me paré en seco, miré hacia atrás y vi cómo entraba de nuevo en el bar. El pobre chico, perplejo con la escena que acababa de presenciar, se acercó corriendo a mí y me abrazó fuertemente contra su pecho. Me dio un beso en el pelo que provocó que rompiera a llorar con el único objetivo de asfixiarme con las lágrimas y dejar de respirar. 

Cuando el estruendo que provocaba mi llanto redujo su sonido, me apartó lentamente y con sus grandes manos me secó las lágrimas. 
-¿Quieres que te lleve a casa?

Le miré fijamente a los ojos y asentí. No sé cómo pero al ver esos ojos, olvidé el motivo de mi angustia. 



Lucha temporal. (Parte I)

Sábado, 10 de diciembre. 19:03

-Mía, levanta, vamos a salir a cenar.- dijo Helena quitándome la manta que cubría mis piernas de un golpe.
-No, Helena, hoy no. De verdad, esta época me pone triste, me recuerda que casi hace un año que Lucas se fue.- y rápidamente miré hacia otro lado intentando contener las lágrimas.
-No te he preguntado. Nos vamos, Mía, quieras o no. No te puedes pasar los meses encerrada en casa escuchando a Bruce mientras suspiras por los huesos de alguien que ya no existe más. 
-Lo sé, pero no paro de recordarme la vida tan feliz que tendría si él no se hubiera marchado jamás. Devuélveme mi manta. 
-Ni hablar. Si no te duchas tú sola, te arrastraré hasta ella y lo haré yo. Me parte el alma verte así por un gilipollas como Lucas.- Helena se sentó en el brazo del sofá para ponerse a la altura de mi cabeza y acariciarme la mejilla tiernamente.
-¿Tan mala soy, Helena? ¿Tan mal lo hice para que él no quisiera quedarse?
-Mía, por Dios... No pienses más en eso. Venga, va, seguro que salir te viene bien para despejarte.
-¿Qué me propones?
-En mi bar hay un concierto de un cantautor y de una chica que canta blues. Después podemos tomarnos una copa y pronto nos volvemos a casa, te lo prometo. 
-¿Encima me vas a hacer ver a mi hermana? Mira, te voy a hacer caso, pero sólo por hoy. No te acostumbres.
-Te voy a poner bien guapa para disimular esas ojeras feas en esos ojos azules.

Sábado, 10 de diciembre. 20:48

-Empieza cantando una chica tipo blues y tal. Luego viene el cantautor. Seguro que te gusta, Mía.- dijo con esa sonrisa suya que siempre enamoraba a los hombres, mientras abría la puerta del local. 

De golpe, el tiempo se paró. Era ella. La mejor amiga de Lucas. Mi corazón intentó huir por mi garganta, quedándose atascado y provocando que no fuera capaz de articular palabra. Mi rostro se volvió blanco y si no me caí al suelo fue porque un joven que observaba la escena mientras acababa su cigarrillo, voló rápidamente hasta evitar el desmayo. 

-No, no, no, se va a manchar ese vestido tan bonito si se cae al suelo.- me susurró al oído. 

Cuando abrí los ojos, me encontré abrazada a un muchacho alto, apuesto, moreno y con unos ojos penetrantes. Helena me miraba de lejos como sospechando de un sentido totalmente contrario al correcto. 

-Lo...lo siento mucho, de verdad. Últimamente como poco y el calor me ha hecho perder el sentido.- me disculpé girando la cabeza y clavándome en esos ojos que no me permitían dejar de mirarlos. 
-Por mucho maquillaje que lleves, las heridas de dentro no se tapa, y tienes unos ojos muy poco discretos.- volvió a susurrarme.- Por cierto, me llamo Alejandro.- y me soltó de sus brazos. 
-Yo soy Mía, encantada.
-Qué nombre más bonito tienes. Aunque es un poco posesivo.- resultó que no sólo sus ojos eran capaz de hipnotizarme, tenía una sonrisa capaz de iluminar el cielo nocturno. 
-Es increíble lo mucho que puede decir una palabra tan cortita.- sonreí. Helena me observaba junto a mi hermana, impactantes de ver otra vez mis dientes descubiertos. 
-Lo siento pero se me hace tarde. Un verdadero placer conocerla, señorita.- dijo besándome la mano.
-El placer es mío, caballero.- dije con una absurda reverencia antes de echarnos a reír como tontos. 
-Parece usted muy divertida. Algún día me gustaría invitarla a un café.
-Tal vez algún día. Pero ahora mismo no lo veo posible.
-Cierto, tus ojos me están chivando que tienes esto de aquí- dijo señalándose el corazón- algo...¿cómo decirlo? algo roto.
-Sí, algo destrozado. Pero no importa, la ciudad no es muy grande, si algún día nos volvemos a ver, le invito al café yo. 
-Trato hecho.- inclinó la cabeza, me soltó una media sonrisa y desapareció en la fría noche.

Me di la vuelta y mis dos chicas me esperaban ansiosas de nuevas historias. Gracias que la música de esa maldita chica, hizo imposibles las preguntas. 
Me había librado del interrogatorio, al menos durante un rato. 

Fin.

"-¿Seguro que quieres hacerlo, Aurora?
-Sí, cielo, ya es hora de ver qué ocultaban mis padres en este baúl. Aparte, si ellos no lo hubieran querido, no me habrían dejado la llave en la herencia. 
-Como tú quieras, es tu familia.

Aurora se agachó para abrir de una vez por todas ese baúl que siempre permanecía oculto y cerrado en el despacho de sus padres. Ahora que ya no estaban, no había ninguna razón por la que seguir escondiendo secretos. Pero lo que ella no esperaba encontrarse era un único cuaderno con forma de libro escrito a mano. Nada más abrirlo, en una página amarillenta por el correr de los tiempos, se podía leer:

"Para que Sandy permanezca viva toda la eternidad. Escrito por Mía y Lucas durante más de cincuenta años."

-Madre mía.- susurró la chica.- Santiago, ven. Mira.-  me dijo acercándome la inscripción.- Es su historia. 
-¿Esa historia que nunca te han contado?
-Sí... Nunca han querido contarme cómo se enamoraron. Y lo han escrito. Es muy fuerte. 
-¿Crees que lo tenían planeado? No sé, digo. Quizás querían que pasara esto. 
-Es posible, ellos siempre lo han tenido todo muy controlado. Pero hace más de cincuenta años que empezaron a escribirlo, cielo. No tienen tanta capacidad de control, creo yo. O he vivido toda mi vida con dos monstruos.- sonrió.
-Eran dos soles y lo sabes. Quizás deberías leerlo y después plantearte el por qué lo hicieron. 
-¿Tú sabes algo, verdad? Siempre te has llevado muy bien con Lucas...
-Se está haciendo tarde y tenemos que recoger al niño. Vamos y deja de pensar en teorías conspiranoicas. 
Ella me hizo un gesto de sospecha y comenzó a reír tal y como Sandy lo hubiera hecho. Aurora era una Mía sin fantasmas: despreocupada, valiente, sincera y con mucho amor que repartir. Creo que el único defecto de Aurora era el bobo que tenía por marido. El bobo al que enamoró sólo con una sonrisa en mitad de un albergue de montaña. 
También es cierto que era un poco descuidada, pero todos y cada uno de sus pequeños defectos eran sólo características de la perfección de ella. O eso es lo que yo veo.

Ahora que duermes te escribo estas líneas que tu padre me encomendó en su última charla conmigo. Me ordenó que te robara el cuaderno para describir cómo había sido tu reacción al encontrar el mayor tesoro material de tus padres. Material, porque el mayor tesoro que han compartido, y eso siempre lo han dicho cuando aún entraba oxígeno por sus canales, erais tú y el pequeño Lucas, al que no llegaste a conocer. 

Aurora, "la excusa más cobarde es culpar al destino", me dijo tu padre un día. Haz las cosas cuando las sientas y no esperes que el mundo siempre esté de tu lado. Pero lo bonito de esta vida tan larga y corta, a la vez, es luchar por lo que uno quiere y disfrutar cada segundo de alegría, de dolor, de nostalgia..., como si fuera el último. 
Promete ser feliz hasta tu último aliento. Yo le prometí a tu padre que mataría a todos los monstruos que hiciera falta por ti. 
Cuando leas esto, piensa que desde el cielo, o desde este libro, ellos aún te recuerdan, te cuidan, te quieren y sólo te piden que disfrutes de todas las experiencias que este camino te reserva. Sé feliz como ellos lo fueron. Sé feliz por encima de todas las cosas. Sé feliz y ama mucho. Ama con el espíritu, con el alma, con la cabeza, con el corazón, ama con todo tu ser. Ama siempre y déjate querer. 

El bobo de tu esposo, Santiago."

La lluvia comenzó a golpear la ventana del cuarto a la vez que recorría el rostro de la joven. 


Soledad.

Viernes, 12 de abril. 12:48

¡Lucas, Lucas. Lucas, despierta. Lucas!

Cuando abrí los ojos encontré una escena macabra sobre mi colchón: Marla llorando mucho y una gran mancha roja que se extendía desde su entrepierna hasta casi sus rodillas.
-Dios mío, Marla, ¿qué te pasa?- dije levantándome de un salto de la cama. 
-No lo sé, Lucas. Si lo supiera no estaría así.- Balbuceó con la voz entre cortada. Tenía la carita roja y una mirada que hacía daño.
-¿Pero sigues sangrando o se te ha cortado? ¿Qué hago, Marla?
-Llama a la ambulancia, idiota.- Me mataba poquito a poco su sufrimiento. 
Alargué el brazo para coger el móvil de la mesilla mientras la ayudaba a levantarse de la cama y llevarla hasta la bañera. 
-¿Te ayudo?- dije con la boca pequeña mientras me cogían el teléfono. Negó con la cabeza mientras empezaba a mojarse. 

-Hola, mire, mi novia se acaba de despertar con las piernas llenas de sangre procedente de sus partes íntimas.- nunca me había costado tanto explicar nada.- No se corta y creo que necesitamos una ambulancia. No, no estaba embarazada, creo. Vale, muchas gracias.
Me acerqué a Marla y le repetí si necesitaba ayuda. Volvió a negar con la cabeza y le dije que estaría en el salón fumando. 
No sabía qué deberíamos hacer, ni siquiera si es que Marla tendría algún problema grave. Dios mío, sólo me faltaba eso a mi semana de incertidumbre. "El destino tiene un sentido del humor un poco agrio." me dije.

El timbre de la puerta provocó un escalofrío de remordimientos que me recorrió toda la espalda. Abrí la puerta rápidamente y me encontré otra escena aún más desoladora: Sandy. Sandy y su cara de "Otra vez, Lucas. Otra vez me la has hecho, hijo de puta." Intenté salir hacia el pasillo para hablar con ella, pero me frenó diciendo:
-No. No me vas a volver a ocultar más, Lucas. Estoy cansada de ti y de tus secretos. Estoy cansada de todo lo que tengo que soportar para ver la parte más pura de mi Sandy. No. Que me oiga quién me tenga que oír, pero yo no vuelvo a ocultarme de nadie.-
Las palabras de Mía empezaron a rebotar en mi cabeza, incapacitándome para pensar con claridad. No era capaz de articular palabra y lo único que me salió fue un triste y ridículo "lo siento". "Claro que tienes que sentirlo, pedazo de capullo. Sólo eres capaz de reventar las pocas esperanzas que la gente pone en ti. Me das asco, Lucas" pensé. Como era lógico, a ella tampoco le valía un penoso "lo siento":
-Calla, no quiero que digas nada. Sólo quiero que escuches, aunque creo que eso tampoco sabes hacerlo.- Cerró los ojos e inspiró con fuerza. Sus ojitos garzos se tiñeron de carmín y una tormenta estaba a punto de estallar.- No tenías por qué haber dicho nada. Podíamos haber seguido cada uno con sus vidas, sin cambiar nada. Pero tienes la puta mala costumbre de prometer cosas que sabes que no eres capaz de cumplir. No eres consciente de todo lo que he dejado por hacer lo que he hecho hoy, pero es que tampoco eres consciente de lo que significa que me hayas aniquilado de esta forma. Ahora, dos años después de la primera vez que me dejaste, no tienes ninguna excusa por la que quedarte, por la que no escapar conmigo. Así que esto se traduce en algo muy sencillo: voy a desaparecer para siempre de tu vida. Para mí, acabas de morir. 
Pude sentir como todo mi ser se rompía en miles y miles de trozos. Lucas como ser completo dejaba de existir. Ahora Lucas tenía un hachado de realidad clavado en el pecho. Ahora Lucas no sabía cómo explicar que había sido un puñetero cobarde desde que Sandy mostró la valentía de dejarlo todo, otra vez, por él. Intenté usar lo de Marla como excusa, pidiéndole que me dejar explicar los motivos por los que no había ido a su encuentro, pero yo no podía engañarla. No. Ella me conocía incluso mejor que yo mismo y sabía que nada en el mundo ejercía la suficiente fuerza sobre mía para que hiciera o no algo, excepto mis propias dudas e inseguridades, que se extendían por mis venas causando la muerte de toda esperanza. 
-Calla.- Volvió a repetirme.- No tienes nada que explicar. Te has acostado con ella. 
"¿Mía? No, por favor, no consideres eso como la mecha de esto, por Dios. Sabes que para mí, al igual que para Donald Draper, el sexo está vacío." pensé. 
-Pero no la amo.- susurré para que Marla no me escuchara, si es que estaba escuchando la conversación.
-Es la primera vez que esa boca no escupe una mentira. Claro que no la amas. Ni a mí tampoco. ¿Qué se puede esperar de una persona que no es capaz ni de amarse a sí mismo? Tú no sabes lo que es el amor. Has convertido nuestra historia en tu historia. Y aquí siempre me toca perder. No te preocupes, no mancharé más capítulos. Escribiré la mía en paralelo.  Pero no esperes estar ahí, no, en esa historia tú no vas a dolerme más.
Al fin lo dijo. Algo que yo supe desde el primer momento en el que lloró por mí: yo sólo iba a ser el factor de dolor de toda su vida. Soy el cáncer de amor de Sandy. Soy lo peor que le ha podido pasar a esta pobre chica. Ojalá y fueran verdad sus palabras. Ojalá me muriese en este instante para dejar de hacerle daño a la persona que menos se merece del Universo que yo le haga daño. Pero aún muriendo, Sandy volvería a sufrir. No sé qué debía hacer para que mi amor, mi Sandy, dejara de pasarlo mal por mí. Pero eso de que siempre perdía ella... Yo fui quién lo arriesgó todo cuando le dije que tenía novia. Yo jugué todas mis cartas por ella y aún así siempre he salido perdiendo...
-Mía, no.- dije con los ojos empapados de culpa.- Aquí el único que pierde siempre soy yo. Yo lo arriesgué todo por ti, tú sabías a lo que nos enfrentábamos siempre, pero era yo el que lo sufría todo.  Aún así lo hice por ti. 
-¿Me estás reprochando lo que pasó en la residencia?- La cara de Mía asustaba.- ¿Qué ibas a perder tú? ¿A tu novia de toda la vida? Ah, no, que tenías a otra esperándote. ¿A tu jueguecito de fin de semana? Tampoco. Alguien calentaba tu cama todas las noches. Yo perdí lo más importante que he tenido en mi vida: a mí misma. Deja de hacerte la víctima, Lucas. Nunca has pagado tus problemas, siempre tienes una buena excusa para todos. Curiosamente, las personas que más te quieren siempre pagan tus inseguridades. Vuelve dentro y dile a Marla que tu muñeca ya se ha roto del todo y que se va para nunca volver. Ni se te ocurra volver a pensar en mí. No tienes derecho ni a recordar mi cara. 

Y se fue. Simplemente se fue. Vi cómo el amor de mi vida me exiliaba de la suya por ser un completo imbécil.

Cerré la puerta con aplomo, no era capaz de asimilar todas las palabras que Mía me había escupido. Cada una con más razón que la anterior. Me di la vuelta y vi a Marla mirándome, preparada para irnos al hospital. Ella estaba igual de impactada y sólo dijo:
-No sé qué clase de persona habrás sido para que alguien te diga las cosas con tanta claridad. No sé qué clase de desastres habrás ocasionado en su cabeza pero me das asco. Lucas, ni te molestes en acompañarme al hospital. Cuando vuelva, recogeré mis cosas y me iré. Te mereces morirte solo. Ni las ratas van a querer pasar su tiempo contigo. Eres despreciable.
-Marla...
-Adios.-dijo tajantemente cerrando la puerta con un portazo. 

En menos de diez minutos, la eterna duda que me rondaba la cabeza desde el jueves, se había resuelto. Estaba totalmente desubicado. Decidí volver a refugiarme en Bruce e intentar anestesiarme. 
-Por favor, Bruce, Dios, o como te llames, haz que nadie quiera saber nada de mí jamás. 

Y mientras empezaba a dormirme en el sofá, el viento pareció susurrar "De eso ya te ocupas tú.".

El intento de huida.

Viernes, 12 de abril. 10:02

"Ay, creo que ya está todo guardado. Madre mía, lo voy a hacer de verdad. ¡Voy a volver a mis diecisiete años capados! A hacer locuras, a no pensar en el futuro... Pero algo dentro me dice que las cosas no están bien. ¿Por qué me siento tan indiferente? Quizás... No. Las dudas no acabarán conmigo ahora. No. Las dudas no romperán mis planes ahora. Estoy decidida a volar."
Guardé las maletas en el coche y mientras cerraba la puerta de casa, algo me decía que no era para siempre. 
"Déjame disfrutar de mi momento" dije mientras me golpeaba la cabeza con suavidad. 

Después de aparcar, caminé quince minutos hasta llegar al callejón contiguo al café de Helena esperando que Lucas ya estuviera allí. Como siempre había pasado, era yo la que no llegaba a su hora. 
Pero ahí no había nadie, sólo un callejón húmedo y oscuro. Mi cabeza empezaba a gritarme "te lo he estado diciendo. Era demasiado bonito para ser verdad. Despierta, Mía, esto no es un sueño." Pero mi corazón tenía todo tipo de excusas para justificar la no presencia de Lucas: "dale un margen de tiempo. Quizás ha encontrado tráfico..." 
Tras un hora y media de espera y casi un paquete de tabaco, ya no me soportaba en pie. Mi rostro había perdido el color que había ganado hacía apenas unos días. Mis ojos volvieron a olvidar cómo se brillaba. Y mi corazón volvía a estallar en miles de pequeños cristales que se clavaban delicadamente sobre mis pulmones, impidiéndome respirar. 
Suspiré profundamente y dije en voz alta: "no va a venir. No se ha atrevido". Salí del callejón y me dirigí a mi coche de nuevo. Me di cuenta de que Helena había estado pendiente de la escena todo el tiempo y cómo lentamente agachaba la cabeza cuando me vio salir sola y con todo el cuerpo inmerso en un temblor constante. 
Me había impedido llorar hasta llegar al coche, donde pensé que iba a convertirme en un mar de lágrimas. Pero no. Cuando llegué al coche sólo pensé en hacer una cosa: ir a casa de Lucas y decirle que me iba para siempre. Sin él. 
Conduje media hora, con la canción "The Promise" de Bruce en bucle hasta que observé el edificio de Lucas desde el final de la calle. Aparqué justo delante y vi una tierna escena: Lucas fumando en la ventana mientras Marla se vestía en la habitación. "Podría tener la decencia de cerrar las cortinas", pensé. 

Llamé al timbre y mi ex Sandy me abrió sólo con los pantalones del pijama, sin camiseta. La expresión de su cara nunca la olvidaré. 
Hizo un intento de cerrar la puerta por fuera, pero lo frené: 
-No. No me vas a volver a ocultar más, Lucas. Estoy cansada de ti y de tus secretos. Estoy cansada de todo lo que tengo que soportar para ver la parte más pura de mi Sandy. No. Que me oiga quién me tenga que oír, pero yo no vuelvo a ocultarme de nadie. 
-Mía... lo siento.
-Calla, no quiero que digas nada.-le corté.- Sólo quiero que escuches, aunque creo que eso tampoco sabes hacerlo.- Cerré los ojos e inspiré con fuerza, cosa que provocó la aparición del mar de lágrimas agrias que no habían escapado en mi coche- No tenías por qué haber dicho nada. Podíamos haber seguido cada uno con sus vidas, sin cambiar nada. Pero tienes la puta mala costumbre de prometer cosas que sabes que no eres capaz de cumplir. No eres consciente de todo lo que he dejado por hacer lo que he hecho hoy, pero es que tampoco eres consciente de lo que significa que me hayas aniquilado de esta forma. Ahora, dos años después de la primera vez que me dejaste, no tienes ninguna excusa por la que no escapar conmigo. Así que esto se traduce en algo muy sencillo: voy a desaparecer para siempre de tu vida. Estás muerto para mí. 
-Mía, no digas eso. Por favor, déjame explicarme.
-Calla- volví a hacer un gesto para que no continuara.- No tienes nada que explicar. Te has acostado con ella. 
-Pero no la amo.-dijo en forma de susurro muy débil. 
-Es la primera vez que esa boca no escupe una mentira. Claro que no la amas. Ni a mí tampoco. ¿Qué se puede esperar de una persona que no es capaz ni de amarse a sí mismo? Tú no sabes lo que es el amor. Has convertido nuestra historia en tu historia. Y aquí siempre me toca perder. No te preocupes, yo escribiré mi historia en paralelo. Pero no esperes estar ahí, no, en esa historia tú no vas a dolerme más. 
-Mía, no. -dijo con los ojos empapados.- Aquí el único que pierde siempre soy yo. Yo lo arriesgué todo por ti, tú sabías a lo que nos enfrentábamos siempre, pero era yo el que lo sufría todo. Aún así, lo hice todo por ti.
-¿Me estás reprochando lo que pasó en la residencia? ¿Qué ibas a perder tú? ¿A tu novia de toda la vida? Ah, no, que tenías otra esperándote. ¿A tu juguecito de fin de semana? Tampoco. Alguien calentaba tu cama todas las noches. Yo perdí lo más importante que he tenido en mi vida: a mí misma. Deja de hacerte la víctima, Lucas. Nunca has pagado tus problemas. Curiosamente, las personas que más te quieren, siempre pagan tus inseguridades. Vuelve dentro y dile a Marla que tu muñeca ya se ha roto del todo y que se va para nunca volver. Ni se te ocurra volver a pensar en mí. No tienes derecho ni a recordar mi cara. 

Salí con una fuerza de ahí, de la que desconocía su origen. Pero me sirvió para llegar al coche, arrancar, desaparecer de ese barrio y volver al mío. Paré el coche, observé la puerta de mi casa y me di cuenta de todo: había vuelto a perder por culpa de la misma persona. Ahora sí que no pude soportar todo el sofocón de sentimientos y empecé a llorar. Me deshice en lágrimas. 
Levanté la cara del volante, para buscar un pañuelo de papel cuando vi a un joven que dejaba un folio escrito en mi luna: 

"Nadie es tan importante como para que nos perdamos a nosotros mismos. Nadie es tan imprescindible como para que muramos por él. Nadie merece que una chica tan guapa llore de esa forma. Y haya pasado, lo que haya pasado, esa chica tan bonita, no merece llorar sola en un aparcamiento. 
Sólo si ha muerto tu hijo, te consiento que rechaces un café caliente en mi apartamento. 

Rodolfo."

Las dudas.

Jueves, 11 de abril. 5:56
Toda la noche rezando para que el Sol no saliera, para que la Tierra implosionara durante la oscuridad para volver a escaparme de mis dudas. 
Llevo deseando volar con ella toda mi vida y ahora que puedo, no sé qué hacer. Tampoco puedo consultárselo a nadie, son las seis de la mañana y tengo que decidirme ya. Maldito necio. No entiendo cómo alguna de las dos puede sentir un ápice de aprecio hacia mí. Soy despreciable. Quizás debería volver con Marla a Barcelona...
-Lucas, cielo, vuelve a la cama.- grita la bruja desde MI cama. Es MI casa y ella dice siempre lo que tengo que hacer. La odio. Hasta su tono de voz me resulta repulsivo. Pero son ya tantos años con ella a mi lado, que no sé qué sería mi vida sin ella. ¿Debería lanzarme a la aventura? Soy un cobarde, Mía siempre me lo ha dicho.
-No tengo sueño, Marla.- le contesto con cierto retintín. 
Apagando ya el cigarrillo que me mata de esa forma tan lenta y desesperante, vuelvo a ver una señal. Otra más. Al final voy a terminar creyendo en Dios. 
Una chica pasea con un chubasquero amarillo mientras golpea con el paraguas el agua de los charcos. El mundo se postra ante los encantos de Sandy. Cómo no. Tiene el superpoder de enamorar todo lo que toca. De hecho, las autoridades sanitarias advierten que Sandy provoca adicción severa. 
Mierda, no me he dado cuenta y he borrado con la mano las emes que Mía dibujó en mi ventana. Soy gilipollas. Definitivamente, soy subnormal.
En fin, debería volver a la cama y esperar a que el mundo reviente o me diga lo que tengo que hacer. Yo ya no quiero pensarlo más. 
Cierto es que todo hubiera sido más fácil si el vientre de Marla no hubiese decidido matar a mi hijo. Creo que me he pasado. Eso es por culpa de la hora que es y el no dormir, seguro. 
Sí, mejor me vuelvo a la cama.  

El lobo.

Lunes, 21 de enero. 08:06.

Te despiertas como todos los días y lo primero que haces es mirarte en el espejo, ese espejo que sólo te muestra toda la mierda que un alma puede esconder. 
Intentas ser buena, ser comprensiva. Intentas serlo todo para todos. Algo te falla. 
Te lavas la cara evitando mirar el reflejo que te escupe. Te quitas la ropa y entras en la ducha. El agua sale sucia. Hasta tu piel es consciente de que escondes algo dentro. 
Sales y te secas. Notas cómo las gotitas de agua no tardan en separarse de tu cuerpo. Ni ellas quieren tocarte. 
Te vistes, te peinas, intentas maquillar la masacre en la que se ha convertido tu rostro. Coges tu bolso y sales de casa. Respira. El demonio se ha ido una mañana más. 

"¿Por qué  se fue Lucas?" te atreves a seguir preguntándote. 
Nadie quiere vivir con un lobo que intenta ser cordero.  Por mucha piel que te arranques, por muchos dientes que te quites, tarde o temprano, el lobo, aunque no tenga piel, aunque no tenga dientes, termina devorando todo lo que tiene a su alrededor. 

Por eso se fue Lucas. 

La bruja o el fantasma.

Jueves, 11 de abril. 02:36
"Me cago en mi puta suerte", fue lo único que pude pensar cuando terminé de leer la carta de Sandy. Era el momento de decidir de una vez por todas si de verdad quería darlo todo por ella o una vez más volvería a la indecisión de un futuro incierto frente a un futuro acomodado. Me quedaba poco tiempo para decidir y Marla dormía en mi cama.
"Me cago en mi puta vida y en mi puta suerte" volví a repetirme mientras buscaba como un loco algún cigarrillo en la chaqueta colgada en el perchero de detrás de la puerta principal. 
Nada me aferra a esa casa. Las cosas con Marla no iban bien. De hecho, decir que no iban bien sería darle una visión demasiado optimista al asunto. Sabía que era el momento de huir, el momento de escaparme, de volver a las locuras de cuando conocí a mi Sandy. Era ahora o nunca. Pero algo me ataba las manos, algo me decía que no debía hacerlo.
"Probablemente ella ni esté cuando yo vaya. Y volveré a quedar como un gilipollas al ver que ella sólo ha puesto a prueba mis nervios. O quizás quede de nuevo como un gilipollas si después de decirle que la necesito como el océano a cada gota de agua, no aparezco. Quizás es que no quedo como algo, es que soy un gilipollas sin remedio." 
Me encendí el cigarrillo medio arrugado y me puse a observar por la ventana de mi salón. Sólo había dos ventanas y las dos tenían algo que ver con Sandy. O quizás sólo era un triste iluso intentando que todo tuviera una pequeña relación con ella. Sin duda, mi corazón me había demostrado año tras año, mes tras mes, días tras día y minuto tras minuto, que todos los aspectos de mi vida tenían una pequeña relación con ella. Y si no la tenían, me la inventaba. La cosa era que todo, de forma más o menos indirecta, me recordara que una vez Sandy se cumplió. Que Sandy no era sólo un sueño de invierno. Que Sandy no era sólo una canción de Bruce. 
"Dios, si estás ahí, mádame una puta señal que me diga lo que debo hacer. Dime si ella es mi futuro o es mi fantasma. Dime qué es." dije mientras me reclinaba sobre la ventana, apoyando los codos en la repisa y acariciándome el pelo con la mano liberada del cáncer en monodosis. Levanté los ojos del suelo, di una calada al cigarrillo y expulsé el humo como si me quemara dentro. De golpe lo vi. La señal, esa era sin duda la señal. Dos emes dibujadas torpemente en el cristal habían aparecido gracias a la humedad del exterior de la ventana y el humo cálido del interior de mi garganta. La eme de Mía. La eme de mi Sandy.
-¿Otra vez fumando?- dijo una voz detrás de mi mientras una mano demasiado suelta me acariciaba las vértebras de mi columna. 
Sin cambiarme de postura, levanté la cabeza del cristal y la miré. Su rostro transmitía una cálida tranquilidad que me juraba la serenidad de mi futuro.
-Vaya, has dibujado dos emes en el cristal. ¿Tanto me echabas de menos, cariño?- Esa sonrisa desprendía un afecto típico de madre a hijo. ¿En qué se había convertido mi relación con Marla? ¿Una especie de empatía hacia los necesitados? 
"Maldita bruja, ni por asomo pienses que dibujaría nada en el cristal por ti" pensé. 
-Se ve que no tienes muchas ganas de conversar. Vamos a la cama, que ya es tarde y mañana tienes que ir a trabajar temprano.- Marla me agarró de la mano donde mi futuro cáncer se consumía lentamente y me lo arrancó de los dedos, tirándolo por la ventana donde vi por penúltima vez a mi Sandy. 
"Maldita bruja consentida." seguí pensando, pero no tuve fuerzas para decirle nada. 
Asentí. Me dejé llevar hasta la cama y olvidé a mi Sandy en la media hora siguiente en la que Marla intentó aferrarse a un trozo de mí mismo, introduciéndolo en el único lugar en el que esta puta bruja parecía  tener sensibilidad. 

Volver a caer.

Lunes, 8 de abril. 22:07
"Quizás aquel refrán de 'ojos azules, embusteros' esté desfasado. Yo creo que los ojos de mi Sandy son más inestables que mentirosos. De hecho, podría hacer un reportaje con las mil peores formas de mentir que tiene Sandy. No sabe hacerlo porque no lo necesita. Afronta la vida con sinceridad y eso le hace parecer la chica más triste de la ciudad. Si supiera la manera de alegrar esa mirada, si supiera cómo hacer que su alma viva en paz...
Quizás para ello lo único necesario es hacer que viva en la ignorancia, cosa que ella misma nunca permitiría. 

Mira que eres cabezona, tonta mía. Eres cabezona hasta morir. Y eso, a la vez que me molesta, me enamora. Si algo te convence, ya puede bajar Dios que no vas a cambiar de opinión. Puta loca. Y sí, loca, estás loca. Esos puntazos que te dan, no son normales. Estás tan loca que me has vuelto loco por ti. Y vuelves a hacer que te odie y te adore a partes iguales. 
Y, Sandy, hay algo que cada vez que pronuncias con esos labios de ensueño, me rompe el alma de amor. Cuando usas el 'te odio' como quién usa el 'te quiero', haces que mi vida empiece a girar del revés. 
Quizás nadie sea capaz de odiarme como tú me odias. Ese odio que me despierta diciendo 'Lucas, es que te quiero tanto que te odio por hacer que te quiera así. Y, a la vez, te vuelvo a querer por provocar ese odio que, al fin y al cabo, no es más que amor sin pulir. Pero eso vuelve a provocar que te vuelva a odiar por no dejar que te quiera sin más, por provocar que siempre seas algo más. Eres odioso.' Nunca te perdonaré que eso me lo dijeras al despertar. Eres la reina de la espontaneidad, de la elección de los peores momentos. Un día me va a dar un ataque de amor por esas cosas que me van a dejar en el sitio. 

Maldita Sandy. Maldito encanto natural. Maldita toda. Maldita y mil veces maldita. 
'Tienes el superpoder de enamorar todo lo que tocas' te recriminé un día. Un día que amanecí con el corazón roto. Roto de amor, de odio, de impotencia. Roto porque te habías marchado sin despedirte. Roto porque cada vez nos sentimos más obsesos. Roto porque no estabas. 

Mi Mía, mi Sandy, mi princesita acuática, mil dulce agria. Eres extremática, aunque no exista, me invento palabras porque el diccionario se queda corto para describirte. Nadie sabe describir la perfección. Y como toda perfección es completamente subjetiva, yo te digo que tú representas lo extremático. Eres algo y todo lo contrario. Eres fuego y eres agua. Eres frío y eres calor. Eres frigidez y eres la lujuria. Hay quién lo denominaría 'equilibrio', pero no. Tú lo que eres es extremática. Lo eres todo y no eres nada. Eres sueño y pesadilla. Eres todo lo que cualquiera podría necesitar en su vida y eres lo que nadie tiene el valor de encajar en la propia. 
Eres la que vuela, digámoslo así. 

Te odio, Mía. Te odio como si no existiera un mañana. Te odio como si fuera mi último aliento. Te odio tanto que me matas y me das vida, otra vez sentimientos extremáticos. 

Aquel día, en el cafetín, aquel día que tuve el descaro de no esconderte en forma de seudónimo en el recital de mi último relato basado, sin lugar a dudas, en tu última visita a mi vida. Aquel día tuve el descaro de expresar todo tal y como lo sentía. Y aún sigo dándole las gracias al señor de que el tren de Marla se retrasara. Y aún sigo dándole las gracias al señor de que vinieras sola. 

No puedo seguir así, Sandy, te necesito. Y sé casi seguro que justo ahora será el momento en el que menos me necesites tú a mí. Pero yo quiero volver a ser tu apoyo. Volver a ser tu odiado, tu tumor maligno. 
Quizás todo sería más sencillo, rápido y concreto si te hubiera llamado en lugar de escribirte esta carta. O quizás si te hubiera ido a buscar. A buscarte bajo la lluvia, como la última vez que te apareciste. 
Mía, vuelve. Deja que te cure con las 'toneladas de cariño que mereces y que nunca te han dado'. Deja que te proteja del dolor y del desamparo. Deja que mi piel cure tu piel. 

Déjate querer."

Jueves, 11 de abril. 10:07
"¿Te imaginas que pudiéramos ser felices realmente alguna vez? ¿Te imaginas que algún día llegásemos a tener una relación sana y estable de la que pudieran florecer incluso niños? Contigo nunca podré ver ese futuro. Y no porque no quiera, no. Sino porque es la propia vida la que no quiere. 
Sandy, por mí, me iba esta noche contigo al fin del mundo para no volver jamás. Pero no puedo. Tengo una pareja que me quiere y me respeta y al que le debo lo mismo. Tengo una pareja que no me abandona cuando más lo necesito. Tengo una pareja que contigo nunca podría ser. 
Y nunca dudes que no es por el amor que ambos sentimos, porque que me parta un rayo en mil pedazos si miento al decir que te digo amando y odiando de la misma forma que cuando te conocí. Que mil rayos me atraviesen si miento al decir que todos los santos días me despierto odiándome y odiándote  por todo lo que siento en el interior de mi pecho. 
Pero no es el momento. Y mira que me da rabia escribirte la palabra 'momento', pero es lo que toca. Ahora mismo soy tan autodestructiva que acabaría destruyéndote a ti también. 

Es cierto, tengo el superpoder de enamorar todo lo que toco. Y, lejos de ser una virtud, es toda una maldición. No es algo sencillo intentar día tras día olvidar todo lo que siento por ti para intentar sentir una copia mala de lo que debo sentir, de lo que él siente por mí. Estoy harta. 
Lucas, me parte el alma robarles la vida, robarles el amor, de esta manera. Y lo sabes, sabes cómo me siento, porque eres de las pocas personas que realmente son capaces de sentir lo que yo siento. De empatizar como yo lo hago. 
Provocar que las vidas de otros dejen de tener sentido, no es agradable. Provocar sentimientos extremos, que no extremáticos como provoco en ti, no es algo de lo que me sienta orgullosa. 

Lucas, si te doy una dirección, una fecha y una hora, ¿huirías conmigo? Tal vez deba dejar de contentar al deber. Tal vez deba dejar de buscar el momento perfecto y volver a dejarme llevar. Tal vez este sea nuestro momento y lo estemos dejando escapar. O tal vez no, pero te aseguro que si te pierdo a ti, me pierdo a mí. Te necesito para que me sigas recordando quién soy y de qué soy capaz. 

Imagina, si en un trozo tan pequeño de papel como lo es esta carta, soy capaz de contradecirme tanto, cómo será mi vida actual. Tú decides, como siempre.

¿Huimos?
Te espero el viernes en el callejón contiguo al café de Helena. 

Con sentimientos extremáticos, tu Sandy.
Mía."