Necesidad.

Llovía. O quizás no. Pero así lo sentía Mía. Sentía que la lluvia iba a inundar aquel refugio que habían construido con mentiras. Mentiras hacia los demás. Tabiques de mentiras. Fachada de mentiras. Pero dentro no. Dentro todo era distinto. Era otro punto distinto del universo. Estaban a otro nivel. Dentro reinaba la más pura sinceridad hallada. 

El día se despertó distinto. Mía abrió los ojos antes de que lo hiciera Lucas y corrió a mirar por la ventana. El cielo no presagiaba tormenta alguna, sólo lo hacía dentro de ella. Volvió a la cama y se acurrucó en el pecho de su Sandy, de su amor, de su trocito de cielo en mitad del mayor abismo infernal. Comenzó a besarle, delicadamente, como si el mundo se acabara lejos del calor de su cuerpo. Ella siempre era la observada mientras dormía, pero ese día no era un día cualquiera.
Sintió que todo lo que necesitaba estaba en torno a ella. Su única forma de supervivencia, ahora mismo, la rodeaba con los brazos. Sintió tan horrible vacío más allá de ese cuerpo que comenzó a emocionarse, primero lentamente y, después, como la horrible tormenta que la había despertado. Esa horrible sensación a derrumbe. 
Decidió apretarse a su cuerpo hasta que despertara con prisa para ir a trabajar. No quería nada más. Si en ese momento, algo en su cuerpo hubiera colapsado su organismo hasta el desfallecimiento, habría sido la muerte más feliz del mundo. Pero el destino nunca estuvo a favor de dicha felicidad. Nunca quiso que esta pareja hiciera historia. O que la hiciera de la forma que ellos querían. Ella siempre le decía a Lucas, en los momentos en que todo parecía que iba a volverse ceniza, que si perdían, solo ganaban. Ganaban más que nadie. Más que esas parejas que llevan toda la vida juntos y ya ni son capaces de estar solos. Que si perdían, sólo ganaban historias que contar. Porque eso eran ellos. Una historia sin edulcorar de la factoría Disney. Una historia original, cruel. Una historia que mejor no contar a nadie. O mejor gritar a los cuatro vientos. 

Lucas se despertó lentamente ante tal escena: su pequeña Sandy aferrada a él como si ya no quedara nada fuera, llorando tan delicadamente que ni la más maravillosa de las lluvias finas habría sabido imitar. Porque ni la naturaleza estaba a su altura. Ella era perfecta. Estaba por encima de todo lo perfecto que se conociera. Porque ella era Sandy, ella era viento. Ella era la que volaba. 

-¿Por qué lloras?- dijo apartando torpemente el cabello de la joven para poder observar su mirada compungida. 
-Porque Nacho (Vegas) tiene razón: "el universo es un lugar vacío y cruel cuando no hay nada mayor que su necesidad de él."- pero ella no separaba la nariz de su pecho. No quería que Lucas observara su rostro contrariado. 
-Déjame mirarte esos ojitos que tanto adoro. Déjame que te diga que no hay nada en el mundo que me importe ni una parte de lo que tú me importas. No me voy a ir, Mía. No hasta que no estés bien. No hasta que no necesites apretarme tanto. 
-No quiero separarme. No quiero. Porque no sé si cuando salgas por esa puerta vas a volver. Porque no sé si cuando salgas por esa puerta, el techo se va a derrumbar y no podré volver a abrazarte jamás. Porque no sé si un coche te pasará por encima y sólo quedará de ti un cuerpo frío y yermo en la calzada. Porque no sé qué haré si te cansas de mí y decides marcharte para siempre. Déjame formar parte de tu calor hasta que ya no lo quieras más.

Lucas no supo qué contestar a eso. Sólo supo emocionarse al mismo compás. Apretó con sus brazos el cuerpo de la joven y bajó la cabeza hasta rozar infinitamente con sus labios, su cabello.