Annie.

Lo peor de que tu chico sea abogado es que nunca sabes si los motivos para justificar su conducta son de parte del acusado o del acusador. Es decir, nunca sabes si está de parte de la víctima o del delincuente.  Puesto que él se representa a sí mismo contra la acusación, es decir, yo misma, vamos a aceptar que está de parte del delincuente.
Otra cosa no lo sé, pero a mentir les enseñan de puta madre en la carrera. Ah, y a perder la poca sensibilidad que puedan tener. Les enseñan a defender lo indefendible y a hacerte parecer a ti la loca paranoica que se inventa historias en su cabeza. Pero con la iglesia hemos topado: no pretendas tachar de loca a una psiquiatra, porque no cuela.

Y así podríamos resumir mi vida amorosa en los últimos diez años. Toda una gran variedad de mentirosos compulsivos con necesidad de que alguna tonta le calentara la cama por las noches.

Me llamo Annie y parece que he encontrado a la persona más maravillosa del mundo. No sé si es porque el karma me ha devuelto todas las que me debe o si es porque va a resultar ser un pervertido que le gusta tocarse viendo vídeos de comuniones. En cualquier caso, por ahora parece ser la mejor persona que he conocido nunca.
Lo que sé de él es que hace ya dos años que no está con nadie y que de la última relación, conserva una gran amistad con la chica. No sé si eso va a ser peor y un día me los encontraré desahogándose, como buenos amigos, debajo de mis sábanas. Viéndola por encima parece una chica que está rota por dentro, bastante inestable y que necesita conseguir un poco de estabilidad y confianza en sí misma. Está un poco loca, en el buen sentido. Se alegró muchísimo de que mi chico ahora tuviera una chica y me dijo entre sonrisas, por cierto, tiene una sonrisa que enamora, llena de dulzura e inocencia, que estaba con el mejor hombre del universo. Que si ella no lo tiene es porque considera que se merece a una chica mucho más estable, palabras suyas textuales (minipunto para mí).

Mi amor se empeñó en que nos conociéramos porque no quería que yo me enfadara cada vez que me dijera que había quedado con ella. Ella nos habló de lo bien que le va en esa ciudad nueva donde vive, no recuerdo el nombre y mira que yo nunca fallo en eso, y que ha vuelto a verse con un tal Lucas. Entiendo, por la mirada evitativa, que se trata del chico que ha provocado que ella esté así de rota. La verdad es que el tiempo que estuve escuchándola, sin interrumpir, me pareció la típica chica que todo el mundo quiere tener a su lado. También observé la forma de mirarla que tiene Alejandro. Se parece más a la mirada protectora y nostálgica de un padre que observa cómo su hija se hace mayor y se cae y no puede ayudarla, que a una mirada de deseo con ganas de arrastrarla a la cama y arrancarle la ropa. Al final me va a gustar la ex y todo.
La cosa es que la chica parece estar otra vez con ese chico pero que ella no está segura de a dónde va nada. “Porque con él ya se sabe, un día eres el regalo de Navidad de un niño que nunca ha tenido familia, y al siguiente dice que el destino pone tantos obstáculos para que no estén juntos por algo.” En mi humilde opinión de loquera, observo que ese chico tiene el síndrome de “no puedo ni con mi vida”. Es muy común entre los bohemios de ahora. Un día se lo va a encontrar colgado al lado de su máquina de escribir y con una nota que ponga algo similar a “Dios sabe que te amé más que a mi vida y que no fue suficiente. Te mereces alguien que te quiera más que a la vida de todos los habitantes del universo.” Pero no adelantemos acontecimientos.

Uy, parece que llega mi turno, mi chico se ha puesto a decirle una larga lista de piropos hacia mí y mi carrera. Yo sólo puedo sonreír y decirle que no exagere. La verdad es que no me apetece hablar de mí, me apetece seguir escuchándola. No sé si será por mi curiosidad científica o por la mezcla de esto y que la chica tiene una forma de explicar las cosas con una paciencia y vocabulario que te incitan a no dejar de escucharla jamás. Es como si fuera adictiva. No me extraña que aquel chico no sepa qué hacer, está tan enamorado que teme hacerle daño. Y eso que no la conozco en profundidad ni sé cómo es el otro. Hoy estoy sembrada.

Alejandro nos disculpa para ir al aseo y le susurro “Mía, sé que nos acabamos de conocer y te puede parecer extraño, ¿pero me permitirías hacerte una evaluación psicológica? Con esto no quiero decir que la necesites, ni mucho menos, pero me pareces alguien muy interesante y creo que podría ayudarte a encontrar la paz que necesitas. Porque sé que necesitas paz.” Veo que viene Alejandro y le guiño el ojo mientras ella sonríe y hace como que no, pero se ha emocionado. Creo que esta chica necesita que alguien la escuche más a menudo. Aunque pensándolo bien, no me parece del todo ético, puedo decirle a Marcus que se ocupe de ella y que, por favor, me cobre a mí sus consultas.

Encima es muy graciosa, hace el amago de pagar cuando llega la cuenta y se enfada con Alejandro, quién se niega por encima de todo a dejarse invitar por una estudiante de máster. Qué sobrado va algunas veces.

Cuando salimos del restaurante, ella me coge al brazo y me susurra: “creo que necesito esa paz más que respirar, pero tengo miedo de que me quiten los recuerdos que me atan a Lucas. Parece obsesivo, pero si me quedo sin nada, sin los recuerdos, sin los remordimientos, sin los fantasmas… creo que me moriría por dentro. De esta forma, siento que siempre está conmigo.” Creo que podría encerrarla por lo que acaba de decir, pero se le ve en la mirada que es un alivio para ella sentir a ese tipo aunque la forma de pago sea una tortura constante.

Llegamos a su portal, nos invita a pasar pero le digo que mañana trabajo y entro muy temprano, pero que seguimos en contacto y que se piense mi ofrecimiento. Que no sería yo la que la escucharía, sino un psiquiatra especializado en ese tipo de casos. Alejandro me mira como diciendo si es que estoy llamando loca a su mejor amiga en la primera cita. Mía me sonríe y me dice que se lo pensará, que es posible que acepte, pero que no cree que se quede mucho más tiempo en esta ciudad. Mira a Alejandro y le dice que no me castigue mucho por haberme recomendado ir a un experto, que tiene a una joya colgada del brazo y que no la pierda nunca. Me ruborizo. Parezco tonta, pero un piropo proveniente de ella es como si me hubiera tocado la lotería. Y eso que se pasa el día regalando halagos a las personas que, a su parecer, lo merecen. Me siento especial por merecer un piropo suyo. De nuevo vuelvo a pensar que la que necesita el psiquiatra soy yo.

Se despide con dos besos a ambos y a mí me da un abrazo mientras me susurra “por favor, cuídalo bien, cuídalo como yo no pude hacerlo. Y quiérele mucho, que se lo merece. Parece que no, pero es la mejor persona del mundo, no te pienses que es un pervertido que se toca viendo vídeos de comuniones.” ¿PERO CÓMO HA USADO ESA METÁFORA? Esta chica es un auténtico misterio. Le contesto que voy a hacer lo posible, sonríe y me guiña un ojo. Mía, si alguna vez necesitas una madre, déjame que te adopte.

Al llegar a casa, mientras Alejandro ha ido al baño, no se me ha ocurrido otra cosa que escribir estas páginas para que las incluya en el libro que por encima ha nombrado. Una especie de cuaderno de bitácoras que se turnan entre ella y el chico. Su vida es tan poética que me da envidia de la sana. Claro que yo no podría hacer la mitad de cosas que hace ella.

Sí, definitivamente creo que un psiquiatra lo único que haría sería eliminar todo el talento y arte que esta chica exhuma por sus poros, por su sonrisa, por su mirada y por su rostro de simpatía constante. Aunque le atormenten los fantasmas pasados, es una poeta en potencia, una bohemia moderna. Esperemos que esta historia no tenga un trágico final como los de París de principios de siglo.  

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