Para ti, Alejandro.

Viernes, 8 de febrero. 03:05

Las dudas. Esas horribles compañeras que todo lo destrozan. Esas que se introducen sutilmente y cuándo menos lo esperas, ya han conquistado toda la relación. Y dónde no corría el aire, se vuelve un abismo espacial.  
Despertarte y saber que la primera persona en la que piensas no es la que tienes a tu vera, es lo que ellas provocan. Mirarle a la cara e intentar que sean otros ojos los que te miran. intentar sumergirte en lo negro de la pupila para que al salir, sean otros ojos. Pero no. Siguen siendo los mismos.
No poder mirarle cómo hace apenas unos meses lo mirabas. Que no te importe a la hora que llegue, que no te importe, siquiera, que llegue. Aunque él creyese que sólo le dolería a él saber lo que siento, a mí me arde por dentro esta indiferencia que el tiempo ha malmetido entre nosotros. 
¿Qué ha pasado? ¿Qué ha provocado este enfriamiento casi instantáneo? La respuesta más fácil sería culpar a los demás, decir que el trabajo de Alejandro lo ha distanciado de mí. Decir que el recuerdo de mi Sandy nunca se ha borrado de mi cabeza, pero que estaba oculto. 
Siendo sinceros, eso no sirve para nada. Simplemente me conformaré diciendo que se me ha acabado el amor. O que mi corazón ha decidido rechazarlo como si fuera un agente infeccioso. No se me ocurre nada más para explicar este momento. Son las tres de la mañana, él aún no ha vuelto de trabajar y, sinceramente, ojalá no vuelva nunca. Pero casi sin terminar la frase, la puerta de casa se cierra a su paso. Él ha llegado, cariñoso como siempre. Me busca entre las sábanas y me hago la dormida. Busca mi calor, mi piel. Y la besa y la acaricia, y a mí lo único que se me ocurre es dejarme querer. No quiero que piense que ya no le quiero porque quererle, le quiero mucho. Sólo que no como quiero a mi Sandy. Sólo que no es como se debe querer. 

Entonces me doy cuenta: no se me ha acabado el amor. Se me ha acabado el amor para ti, Alejandro. 

Lucha temporal. (Parte II)

Sábado, 10 de diciembre. 21:34

Estaba apunto de acabar la última canción cuando los ojos de Ana se clavaron en los míos y sentí la necesidad de volverme invisible. No se había percatado de mi presencia hasta ahora. Mi estómago empezó a llenarse de nervios y de nuevo, las náuseas. 
Como hecho adrede, comenzó a cantar otra canción como bis. Esa media sonrisa de reproche y desprecio que siempre me había puesto en mi tiempo con Lucas, volvió a aparecer en su rostro. Y, por supuesto, no podía ser otra canción más que "nuestra canción". Sentí un latigazo en el alma, una fisura en el corazón y una tempestad en mi cara. Ella volvió a sonreír cuando se percató que estaba a punto de echarme a llorar. Gracias que Helena vio la situación y decidió que era el mejor momento para fumarnos un cigarro en la puerta.

-Lo ha hecho a propósito. Es una zorra.- Le dije buscando en mi bolso el paquete de tabaco mientras las manos me temblaban casi como a un enfermo de Parkinson. 
-Mía, te juro que no sabía que era ella, de verdad. Lo siento mucho.- Helena me miraba como pensando en el error que había cometido al traerme aquí.
-No te preocupes, en serio, no ha sido tu culpa. Esa zorra nunca ha soportado verme con Lucas y ahora le gusta la idea de hacerme sufrir. No se pudrirá por dentro de maldad. Joder, no encuentro el tabaco.-dije sacando con un gesto hostil las manos del bolso.
-Disculpen, ¿puedo invitarlas a un cigarro?- de nuevo esa voz. Toda mi piel se erizó al sentir su presencia detrás de mí. 
-Claro.-dijo Helena sonriendo pícaramente. 
-No he podido resistirme a volver a buscarla.-me susurró al oído mientras se inclinaba para dárselo.
De forma muy sutil, Helena se alejó como para llamar por teléfono y así dejarnos a solas. 

-Ahora le debo un café, caballero.- dije con una sonrisa mientras me giraba para mirarle. 
-En realidad he manipulado un poco las circunstancias, así que voy a cambiar el café por una copa ahora y la pago yo.
-Qué poco me gustan los manipuladores, caballero. 
-A mí no me gusta que me hipnoticen con la mirada, señorita, y no por eso he dejado de venir.

"Hipnotizado por mi mirada" me dije. ¿Qué probabilidad había de que dos personas sintieran lo mismo sin conocerse? ¿Y qué probabilidad había de que definieran de la misma manera esa sensación?

Volví a sonreír y le dije:
-Por favor, llévame lejos de este bar.
-Si hay algo dentro de este sitio que hace que esos ojos se vean tan tristes, debería entrar y resolver el problema. Nadie puede hacerle eso a una cara tan linda. 
-¡Mía!- Era ella. Inspiré hondo y me giré despacio. Esto iba a doler, seguro.- Madre mía, estás estupenda. Te veo más delgada. 
-Hola, Ana. Has estado genial.-dije fingiendo una sonrisa.
-Lo que no comprendo es que salieras justo en la canción más bonita. Le diré a Lucas lo guapa que estás, seguro que se alegra de que todo te vaya tan bien.- podía apostar mi cuello a que mentía más que hablaba.
Y aunque sabía que ella no era de fiar, necesitaba preguntarle por mi Sandy:
-¿Cómo está él?
-¿Es que no lo sabes? Marla y Lucas han sido papás.

Sentí cómo el peso del Universo caía sobre mí y sólo fui capaz de articular un triste "tengo que irme". Comencé a caminar deprisa. Helena cortó su conversación telefónica cuando le hice un gesto que entendió a la perfección. 
Y de lejos la voz de Ana retumbó dentro de mi cabeza:
-Le diré lo estupenda que estás. Te ha venido bien su abandono. A los dos os ha venido de lujo. 

Me paré en seco, miré hacia atrás y vi cómo entraba de nuevo en el bar. El pobre chico, perplejo con la escena que acababa de presenciar, se acercó corriendo a mí y me abrazó fuertemente contra su pecho. Me dio un beso en el pelo que provocó que rompiera a llorar con el único objetivo de asfixiarme con las lágrimas y dejar de respirar. 

Cuando el estruendo que provocaba mi llanto redujo su sonido, me apartó lentamente y con sus grandes manos me secó las lágrimas. 
-¿Quieres que te lleve a casa?

Le miré fijamente a los ojos y asentí. No sé cómo pero al ver esos ojos, olvidé el motivo de mi angustia. 



Lucha temporal. (Parte I)

Sábado, 10 de diciembre. 19:03

-Mía, levanta, vamos a salir a cenar.- dijo Helena quitándome la manta que cubría mis piernas de un golpe.
-No, Helena, hoy no. De verdad, esta época me pone triste, me recuerda que casi hace un año que Lucas se fue.- y rápidamente miré hacia otro lado intentando contener las lágrimas.
-No te he preguntado. Nos vamos, Mía, quieras o no. No te puedes pasar los meses encerrada en casa escuchando a Bruce mientras suspiras por los huesos de alguien que ya no existe más. 
-Lo sé, pero no paro de recordarme la vida tan feliz que tendría si él no se hubiera marchado jamás. Devuélveme mi manta. 
-Ni hablar. Si no te duchas tú sola, te arrastraré hasta ella y lo haré yo. Me parte el alma verte así por un gilipollas como Lucas.- Helena se sentó en el brazo del sofá para ponerse a la altura de mi cabeza y acariciarme la mejilla tiernamente.
-¿Tan mala soy, Helena? ¿Tan mal lo hice para que él no quisiera quedarse?
-Mía, por Dios... No pienses más en eso. Venga, va, seguro que salir te viene bien para despejarte.
-¿Qué me propones?
-En mi bar hay un concierto de un cantautor y de una chica que canta blues. Después podemos tomarnos una copa y pronto nos volvemos a casa, te lo prometo. 
-¿Encima me vas a hacer ver a mi hermana? Mira, te voy a hacer caso, pero sólo por hoy. No te acostumbres.
-Te voy a poner bien guapa para disimular esas ojeras feas en esos ojos azules.

Sábado, 10 de diciembre. 20:48

-Empieza cantando una chica tipo blues y tal. Luego viene el cantautor. Seguro que te gusta, Mía.- dijo con esa sonrisa suya que siempre enamoraba a los hombres, mientras abría la puerta del local. 

De golpe, el tiempo se paró. Era ella. La mejor amiga de Lucas. Mi corazón intentó huir por mi garganta, quedándose atascado y provocando que no fuera capaz de articular palabra. Mi rostro se volvió blanco y si no me caí al suelo fue porque un joven que observaba la escena mientras acababa su cigarrillo, voló rápidamente hasta evitar el desmayo. 

-No, no, no, se va a manchar ese vestido tan bonito si se cae al suelo.- me susurró al oído. 

Cuando abrí los ojos, me encontré abrazada a un muchacho alto, apuesto, moreno y con unos ojos penetrantes. Helena me miraba de lejos como sospechando de un sentido totalmente contrario al correcto. 

-Lo...lo siento mucho, de verdad. Últimamente como poco y el calor me ha hecho perder el sentido.- me disculpé girando la cabeza y clavándome en esos ojos que no me permitían dejar de mirarlos. 
-Por mucho maquillaje que lleves, las heridas de dentro no se tapa, y tienes unos ojos muy poco discretos.- volvió a susurrarme.- Por cierto, me llamo Alejandro.- y me soltó de sus brazos. 
-Yo soy Mía, encantada.
-Qué nombre más bonito tienes. Aunque es un poco posesivo.- resultó que no sólo sus ojos eran capaz de hipnotizarme, tenía una sonrisa capaz de iluminar el cielo nocturno. 
-Es increíble lo mucho que puede decir una palabra tan cortita.- sonreí. Helena me observaba junto a mi hermana, impactantes de ver otra vez mis dientes descubiertos. 
-Lo siento pero se me hace tarde. Un verdadero placer conocerla, señorita.- dijo besándome la mano.
-El placer es mío, caballero.- dije con una absurda reverencia antes de echarnos a reír como tontos. 
-Parece usted muy divertida. Algún día me gustaría invitarla a un café.
-Tal vez algún día. Pero ahora mismo no lo veo posible.
-Cierto, tus ojos me están chivando que tienes esto de aquí- dijo señalándose el corazón- algo...¿cómo decirlo? algo roto.
-Sí, algo destrozado. Pero no importa, la ciudad no es muy grande, si algún día nos volvemos a ver, le invito al café yo. 
-Trato hecho.- inclinó la cabeza, me soltó una media sonrisa y desapareció en la fría noche.

Me di la vuelta y mis dos chicas me esperaban ansiosas de nuevas historias. Gracias que la música de esa maldita chica, hizo imposibles las preguntas. 
Me había librado del interrogatorio, al menos durante un rato.