Bajo la lluvia (Parte I)

Jueves, 21 de febrero. 00:17

Recuerdo perfectamente la última vez que la vi.
Aún hacía frío. Y llovía. Llovía como si no hubiera mañana. Y hacía frío. Lluvia fría. Frío húmedo de lluvia. Y ella lloraba. Quizás era la lluvia la que le mojaba la cara y simulaba las lágrimas. Quizás no. Quizás sus lágrimas componían la lluvia. Quizás el cielo estaba triste porque los ojos de Sandy estaban cubiertos de un rojo carmín que potenciaba el azul de sus iris. Quizás simplemente era una coincidencia. 
Yo estaba en casa escribiendo mi trabajo de máster cuando vi su chubasquero amarillo pasar por enfrente de mi ventana. Pensé que no era posible, estábamos viviendo en ciudades distintas. O eso creía. 
Ella pasó a un ritmo lento, cómo si no le importara que la lluvia se le metiera dentro de los huesos. De hecho, creo que su alma estaba más llena de lo que la lluvia podría calarla. 
Me levanté de un salto y bajé hasta la puerta de entrada del edificio. No sabía qué hacer. "¿La sigo?" pensé. Pero me sentía demasiado cobarde. Quién era yo para preguntarle por su vida cuando me dediqué a reventarla cuando estuve a su vera. Aún así, no podía dejar que se escapara. (En ese momento no sabía aún que Sandy lloraba).
Metí las manos en mi abrigo y descubrí un paquete de Lucky casi vacío. Era una señal. Yo empecé a fumar con ella. Y empecé con Lucky, como Donald Draper. Así que salí corriendo bajo la lluvia y me puse detrás de ella. Caminé unos setenta pasos cuando le dije "perdona, Amarilla, ¿tienes fuego?". Ella respondió con un "Pink Tomate no existe" y salió corriendo. No entendía nada así que supuse que era otro juego de ella y corrí hasta alcanzarla. 
"Mía, Mía, frena." dije mientras la sujetaba de un brazo. En ese momento se giró hacia mí del impulso y comprobé su rostro quebrado. Mi corazón se paró y casi rompo a llorar. Algo que nunca podré superar es la forma de partírseme el alma cuando ella suelta la primera lágrima. Es como si sintiera que lo más importante de mi vida desaparece. La abracé fuertemente contra mi pecho y le dije que no la iba a soltar hasta que dejara de llorar. Ella me abrazó también para mi asombro y comenzó a llorar cada vez más fuerte. Una de las veces pensé que se ahogaba. 
"Mía, vente a casa, nos vamos a resfriar." Pero Mía no contestó. 
Como quince minutos después, Mía se despegó de mi pecho. Sin mirarme me dijo que hacía cinco meses que nadie la abrazaba.  Y subió su mirada buscando la mía. Al ver mi cara retrocedió dos pasos del asombro. Mía se asustó. "¿Lucas?" dijo casi sin poder hablar. "¿Quién si no?", respondí. "No es posible. Tú estabas..." "Shhhh", la interrumpí. "¿Cómo iba a saber lo de Amarilla o tu nombre?" Mía no sabía qué decir y, como cuando no se sabe qué decir, rompió a llorar. "No, no, no, Mía, no llores, cielo. Sandy, cariño." Pero mi Mía, valga la redundancia, cayó de golpe al suelo y se cubrió la cara con las manos. "Que no, Mía. Que pares de llorar. Y nos vamos de aquí, te vas a poner mala." La ayudé a ponerse en pie, pero era incapaz de caminar hacia mi casa, se negaba a ir en esa dirección así que le dije que había cosas que ella no podía decidir y la tomé en peso. Ahí fue cuando por fin dejó de llorar y comenzó a reír. Creo que hasta el cielo sonrió con ella, porque cada vez aflojaba más la lluvia. 
Entramos al portal de casa y la bajé "¿Me vas a hacer subirte en brazos hasta mi piso?". Gracias a la luz del portal pude ver cómo sus ojitos garzos teñidos de rojo cada vez brillaban menos (a causa de la ausencia de lágrimas, no piensen mal) y se comenzaban a hinchar cual sapo. Ella siempre decía que tenía cara de sapo cuando se le hinchaban. Creo que es el sapo más precioso que puede existir, pero eso ya es mi opinión. 
"¿Quién eres?" dijo mientras se secaba las lágrimas en su jersey veinte tallas más grande. "Soy Lucas, Mía" sonreí. "Ya sé que eres Lucas, idiota. Digo que qué eres. ¿Por qué apareces siempre cuando más lo necesito? ¿Eres una especie de Ángel de la Guarda?" La verdad es que ese comentario me marcó bastante. Lo dijo sonriendo como ella hacía. Sí, de esa forma que tenía de llegarte al alma, de enamorarte. Lo dijo de tal forma que creo que ha sido uno de los momentos más bonitos de mi vida. "Cuando era niño creía que Dios me había mandado a la Tierra con alguna misión importante. Quizás me mandó para protegerte, no sé. Pero hace años que dejé de creer en él." Mía me miró y soltó una carcajada. Se tapó la boca y me miró con la cara que pone un niño cuando se ríe de algo de lo que no se puede reír y mira con complicidad a uno de sus progenitores. "¿El primero?" "Primero A" dije mientras la miraba subir los primeros escalones. "¿Te vas a quedar ahí parado o subes conmigo?" "Mía, te he echado de menos". "Pero no te enamores" "Qué idiota eres" y reí.

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